Carteles en marquesinas y fachadas, jóvenes voluntarios uniformados en las calles, ditirámbicos editoriales en los diarios y maratonianos monográficos en la televisión. Ya sean Juegos Olímpicos, exposiciones universales o cumbres internacionales, la maquinaria propagandística trabaja a destajo. Ni siquiera los niños se han salvado con la Nueva Ruta de la Seda (OBOR, por sus siglas inglesas) del baño publicitario.

Un periodista anglosajón del diario oficial 'China Daily' le explica a su hija antes de dormir las bondades del proyecto en una serie de tres vídeos. “Es una idea china, pero le pertenece al mundo”, la alecciona antes de darle las buenas noches y tras haber metaforizado con piezas de lego el movimiento de bienes por todo el mundo. Otro video muestra a niños de los países participantes bailando y cantando con profusa alegría. Nada sobra para ensalzar el que será "el legado más perdurable" de Xi Jinping, presidente chino, según la prensa oficial. “La solución china para la recuperación económica global”, añadía el 'Diario del Pueblo'. “El artífice de la nueva era de la globalización”, se ha leído en alusión al líder más poderoso de China desde Deng Xiaoping.

El OBOR era un vaporoso conjunto de promesas y proyectos sobre el plano hasta que la irrupción en el pasado año de Donald Trump y su estrategia de “América, lo primero” puso en bandeja a Pekín el liderazgo global en el comercio global. El OBOR era, sin duda, el instrumento para el sorpasso y atraer las simpatías en un mundo espantado por el advenimiento del proteccionismo. “La gloria de la antigua ruta de la seda nos muestra que las distancias geográficas no son insalvables”, aclaró Xi ayer. “Esa parte de la Historia enseña que la civilización se desarrolla rápidamente con la apertura y que las naciones prosperan con el intercambio”, añadió ante una audiencia entregada.

CARPETAZO AL TPP

Xi, descrito por Washington en tiempos de Obama como “el más rojo de entre los rojos”, no perdona oportunidad de ahondar en su nuevo rol. El pasado año, ante los ricachones del Foro de Davos, disfrutó de una cerrada ovación tras defender el libre mercado, laglobalización, las fronteras abiertas y el resto de arsenal léxico con el que Estados Unidos ha regido en el mundo en el último siglo.

Trump acababa de sepultar el Tratado de Colaboración Transpacífica (TPP, por sus siglas inglesas), aquella iniciativa personal de Obama que la actual Casa Blanca desdeñó como una simple trituradora de empleos. El TPP, cocinado durante años, era el arma económica para discutirle a China su influencia en la zona más dinámica del globo y seguir dictando las normas del comercio internacional “antes de que lo hagan otros”. El OBOR certifica que ya las dictan los otros.

El propósito de Xi choca contra la realidad. La economía chinacarece de la fortaleza innovación y madurez de la estadounidense. Algunos expertos juzgan que el liderazgo del comercio global la dejaría exhausta y aconsejan concentrarse en estimular su crecimiento y arreglar su jardín. Sus alabables intenciones, además, se distancian a menudo de sus acciones. “China apoya el comercio y las inversiones conjuntas, pero también limita el acceso a su mercado de las compañías extranjeras y continua su gran intervención gubernamental en la economía a través de subsidios, crédito fácil y campañas para consumir productos locales. Eso no me suena a libre comercio”, señala Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos.