Hace algún tiempo, no demasiado, en un congreso de citricultura de la Plana celebrado en Nules, un vecino pidió la palabra. Era un hombre mayor, uno de esos hombres de manos grandes y callosas tras días infinitos de trabajos agrícolas. Se debatía sobre el futuro del sector, sobre las dificultades que lastran un trabajo ya de por sí desagradecido, pues exige de una entrega completa a cambio de bien poco. Las cosas ya no son como cuando las familias disfrutaban de una existencia holgada sustentada en el cultivo de los cítricos.

Lloró. Fue incapaz de concluir su alegato sobre la dignidad de su ocupación sin derramar lágrimas de frustración. Nadie en el auditorio pudo reprochar su tribulación. El campo lleva mucho tiempo triste, porque por una campaña decente, se suceden demasiadas deficitarias o que no dan lo que merecería tanto esfuerzo físico y económico.

El cambio de la experiencia

Los hombres de campo, los que arrastran a sus espaldas décadas de experiencia, no dejan de escuchar eso de que los tiempos cambian, que hay que adaptarse a las exigencias del mercado, que el minifundismo es un forma de propiedad residual, que hay que tender a crear grandes parcelas que faciliten la mecanización... No tienen más remedio que asumir nuevas normas: sobre tratamiento de plagas, sobre productos fitosanitarios que ayer eran útiles y hoy están prohibidos. Descartan el riego a manta por el goteo porque el agua es escasa y muy cara. El cambio siempre es complicado y en un oficio artesanal, como aún lo es la citricultura en municipios como Nules, más si cabe.

De todos los inconvenientes que pesan sobre los hombros de un agricultor hay uno que acapara la mayor de las incentidumbres. En el primer puesto en la lista de temores ya no está el azar de los azares: la meteorología. El clima ha sido relegado por un mercado en el que no siempre trabajar mejor, con más dedicación, con más garantías, tiene una correlación en el precio que se paga a quien hace posible que otros puedan obtener beneficio de la fruta que ellos cultivan y los consumidores comemos.

¿En qué empresa ganan todos los que participan en el proceso de producción y venta menos el propietario del negocio? Por eso lloró aquel agricultor en un congreso de citricultura y, por eso, el Local Multifuncional de Nules acogió ayer uno de los actos de homenaje más merecidos de cuantos han rodeado a la agricultura de los últimos años.

Nules quiso decirles a esos hombres de cabellos canos y pieles curtidas que les debemos lo que su pueblo es hoy en día y que «es indispensable que transmitan su tesón y su legado a las nuevas generaciones de agricultores», como pidió el concejal del área, César Estañol, ante un grupo de citricultores de más de 80 años, los que pudieron participar en el acto con el que se clausuró la Setmana de la Clemenules de este año.

Manuel Cercás Moreno, Emilio Alós Pizaco, Francisco Alagarda Castañer, Miguel Palau Bamboi, Francisco Esbrí Mechó, Sebastián Monlleó Gozalbo, Francisco Clavell Lucas, Manuel Peris Capella, José Mª Alarda Capella, Vicente Martínez Marco, Vicente Climent Mora, Vicente Gavara Alegre, Ismael Calpe Sorribes, Vicente Gavara Ballester y José Mezquita escucharon atentos al mantenedor del acto, Fernando Romero Subirón, y a Estañol cuando apeló a la única salida a la crisis del sector: la unión. Ayer se sintieron un poco más orgullosos y un poco menos solos.

mediterraneo@elperiodico.com