¡Cómo gusta El Fandi cuando corre y cómo aburre cuando se para! Sus portentosas facultades con los palos, del gusto de muchos públicos, contrastan con la escasa profundidad de sus trasteos. Una pena porque cada vez quedan menos toreros-banderilleros, aunque bien mirado estos solían triunfar con hierros de más cuajo. Quizá el problema es que estas corridas no son su sitio.

José María Manzanares es el estilismo en estado puro, la perfección en las formas y el empaque en cada lance. Pocos gozan de su clase, pero muy pocas veces a estas virtudes se une la emoción, porque su toreo carece, al menos en nuestra plaza, de la proximidad que sería de desear. Una pena en un caso como el suyo en el que hace de la suerte suprema una virtud.

Y tras ellos salió Roca Rey y todo tomó sentido. Los que habían gustado de las banderillas de El Fandi, los que jalearon la muleta de Manzanares, olvidaron lo visto porque el peruano llegó a por todas y con los argumentos necesarios para demostrar que hoy por hoy no hay nadie a su altura.

Templó con el capote y la muleta de una forma exquisita. Plantó los pies en tierra como si se le hubieran soldado al albero y desplegó un repertorio infinito con el que adornar cada tanda.

Las escalofriantes gaoneras a su primero y el elegante remate dejaron claro que la tarde iba a dar para mucho y hasta del escaso cuajo del Domecq se olvido el personal. Hasta con poco toro se puede dar emoción si las cosas se hacen de ley.

Pisar los terrenos que pisa Roca Rey y hacerlo con esa firmeza está solo al alcance de unos pocos elegidos y tenemos la suerte de que en estos momentos, cuando tanta falta hace, haya llegado este figurón para volver a meter gente en las plazas.