Resulta increíblemente satisfactorio ver como un matador con tres décadas de alternativa es capaz de salir a la plaza como si todavía tuviera que ganarse un puesto en el escalafón, como si su carrera dependiera de esa tarde. Si buscamos en el diccionario la palabra casta probablemente salga El Juli. Si buscamos pundonor, figura o torero de época, sin duda también saldrá el nombre del madrileño Julián López Escobar.

Frente a otras supuestas figuras del toreo que apenas se justifican en un par de plazas y en las demás se alivian descaradamente; frente a jóvenes promesas que van de figuras sin haber logrado más que algún triunfo aislado; frente a todos y frente a todo, El Juli sigue siendo una de las máximas figuras del toreo y ayer en la plaza de toros de Castellón dejó bien claro por qué.

Cualquier torero, con dos rejas en el esportón, hubiera salido a justificarse en su segundo y nadie le hubiera echado nada en cara, pero él salió a por el rabo con un quite antológico y si el toro le aguanta un poco más el lio hubiera sido gordo. Chapeau don Julián.

Resulta igualmente muy satisfactorio poder gozar de la perfección en cada pase, del toreo clásico sin renunciar a la variedad que Alejandro Talavante es capaz de desplegar a poco que los toros se lo permitan. Fue una lástima que su primero se lastimara sin dar demasiadas opciones y su segundo se terminó antes de lo previsto, pero mientras duró fue todo un lujo para los sentidos.

En el mundo del toro cogen todos los toreros, los de casta y los de arte; los de clase, los de pellizco y los de arrojo desmedido. Todos tienen su sitio, pero de cuando en cuando surge el milagro y, ya se llame Julián o Alejandro, todo cobra un nuevo y poderoso sentido.