Es costumbre de antiguo que aquellos matadores que han sido figuras, al anunciar su retirada, les acuartelen en las principales ferias y El Cid cumple con creces estos requerimientos, porque pocos como el de Salteras han sido capaces de matar durante muchas temporadas casi toda la camada de Victorino, amén de otros hierros por exigentes que fueran.

Hace apenas unos años, su presencia era imprescindible en cualquier feria y sus actuaciones se contaban por clases magistrales de dominio muletero, probablemente una de las muletas más poderosas del escalafón, ideal para bregar con esas corridas exigentes a la que no todos son capaces de poder. Otra cosa es la espada, esa que tantas orejas le ha quitado, su talón de Aquiles particular.

Ayer en el cuarto, un gran toro en todos los sentidos, pudimos ver dos tandas de muleta que nos devolvieron a sus grandes faenas, esas que hacían vibrar a los tendidos y ponían a todos de acuerdo. Lástima que de manera incomprensible, a tomar la zurda, mano con la que tan bien ha toreado siempre, la faena se viniera abajo y lo que podía haber sido un triunfo memorable quedó en una oreja, que no es mal premio, pero el toro merecía más y hubiera sido bonito despedir en Castellón a este lidiador con un triunfo a la altura de su carrera.

Es triste asistir a una corrida interesante como la de ayer, en la que varios toros podrían haber salidos desorejados, porque además de movilidad tenían ese punto que transmite emoción cuando se les hacen las cosas bien, y ver cómo toreros que buscan hacerse un hueco, en los que se han depositado fundadas esperanzas, son incapaces de poder con ellos. Así difícilmente podremos renovar un escalafón que lo está pidiendo a gritos.