Si hay un torero hoy día que encarna como nadie las virtudes del toreo clásico en su mejor expresión, ese es, sin duda Alejandro Talavante. Su alzada, su porte elegante y sus formas, ofrecen la imagen más actual del toreo eterno. Suave con las telas, sin un mal tirón, con un temple envidiable que confiere a cada tanda un plus de calidad al alcance de muy pocos.

Pero Talavante es más que eso, porque además es capaz de encajar dentro de si clasicismo una variedad inusitada de lances y recursos sin desentonen del conjunto final de la lidia. La faena a su segundo fue grande, la mejor de lo que va de feria y de muchas ferias. Una faena de la que uno se acuerda durante mucho tiempo y que por si sola justifica una tarde de toros.

El toreo poderoso de ‘El Juli’, menos plástica y de menos quilates, pero capaz de exprimir al toro y conectar con el publico con una facilidad pasmosa se hizo patente en el cuarto de la tarde. Si hay un torero que representa la ambición, las ganas de justificarse un día sí y otro también, ese es sin duda Julian López. Se le podrá criticar su toreo, podrá ser más o menos del gusto del aficionado, pero a profesional le ganan pocos.

Resulta cuanto menos curiosa la predisposición con que acudió Sebastian Castella, mucho más entregado que la tarde anterior, como si buscara justificar su inclusión en el cartel. Una pena que ayer no tuviera la materia prima que dejó escapar la tarde precedente.

Ayer, con cartel de lujo y los tendidos abarrotados, pudimos tener una gran tarde de toros, pero falló eso, los toros. Nobles, manejables, pero con una falta de motor tan acusada que el esfuerzo de los toreros se vio mermado, y la trasmisión al tendido es infinitamente menor cuando el peligro se desvanece al doblar el toro las manos.