Tras un intenso tercer domingo de Cuaresma, marcado por la lluvia a mediodía, la comitiva de peregrinos y autoridades abordó el regreso, la Tornà a la ciudad, donde fueron recibidos a las ocho de la tarde en la explanada del Forn del Pla, la confluencia entre las calles Sanahuja y San Roque, por la Cofradía de la Sangre, para hacer un alto en el que cumplir con uno de los ritos más tradicional.

Los tres clavarios, el labrador Manuel Rodríguez; el industrial Miguel Arrufat; y el licenciado Joaquín Rambla; fueron los encargados de portar la valiosa y simbólica Cruz de Cristo crucificado que fue esculpida por Juan Bautista Adsuara en 1941, y que tan solo desfila por las calles de la ciudad en esta ocasión.

La devoción y la tradición se dieron la mano un año más, 29 después de que se recuperara para las fiestas de la Magdalena, de manera que, una vez que la comitiva de autoridades llegó al Forn del Pla, la alcaldesa de la ciudad, Amparo Marco; la reina de las fiestas, Carla Bernat, y el obispo de la diócesis de Segorbe-Castellón, Casimiro López Llorente, formaron junto a los cofrades y centenares de castellonenses que esperaron a los romeros. Entre ellos, no faltaron los apóstoles y un grupo de Els Cavalllers.

Ante todos, se cumplió con les Tres Caigudes, el simbólico y emotivo acto de la adoración de la Cruz, en el que los cuatro niños elegidos para representar el momento este año, María Breva Andreu, como la Virgen María; María Villach Rodríguez como María de Cleofás; Nora Martínez Agullo, como María Magdalena; e Ignacio Rambla Alós, como San Juan, realizaron las tres reverencias y otras tantas genuflexiones hasta quedar de rodillas ante la Cruz. Tras concluir el rito, la Tornà retomó su camino con la Procesión de Penitentes en dirección al centro para concluir en la avenida Rey Don Jaime.