Propietario: Justo Hernández.

Divisas: Azul, encarnada y verde

La de 2018 será, a buen seguro, una temporada diferente en casa de Garcigrande. El fallecimiento de Domingo Hernández el 2 de febrero dejó un gran vacío en su familia y en el mundo del toro. Se fue un hombre que se hizo a sí mismo, que vivió soñando con tener una ganadería de bravo y situarla entre las mejores. Se propuso llegar a lo más alto -que para quien cría toros bravos es algo así como ser la primera opción de los toreros e imprescindible en las ferias- y a fe que lo consiguió. Disfrutó en vida de la gloria, de los triunfos y del estatus de ser figura entre los ganaderos y vio el nombre de su ganadería anunciado en los mejores carteles de todas las ferias.

Adelantado a su tiempo, supo ver y apostar hace años por el toro que se demandaría actualmente. Sobre esa capacidad de intuir y adivinar los gustos de los toreros y los públicos fue construyendo y moldeando su ganadería hasta conseguir un toro capaz de aguantar, gracias a su fondo de bravura, las exigencias del toreo de hoy en día. Un animal que emociona y transmite desde su capacidad para acometer y entregarse hasta el final. Todas esas virtudes han hecho del toro de Garcigrande posiblemente el más demandado por parte de los principales toreros del escalafón.

Con su obra, Domingo Hernández mantuvo el esplendor del Campo Charro, siendo uno de sus últimos referentes, haciendo brillar de nuevo a esta zona ganadera cuando había perdido parte del lustre del que siempre había gozado. Su bonhomía, sencillez y seriedad en el trato personal le hicieron ganarse el respeto de todos. Ahora, toda la responsabilidad de perpetuar su legado recae en su más directo heredero, su hijo, Justo Hernández.