El toreo es cuestión de sentimiento. Una magia que pellizca al corazón. Ese algo que no tiene explicación y que cuando llega, la plaza se convierte en una catarsis ante lo vivido. Ocurrió con Morante de la Puebla, que arañó el alma con su Tauromaquia desgarrada y apasionada, de belleza gourmet, de una sensibilidad especial. Por contra, cuando el arte del torero cae en algo mecánico ajeno a cualquier improvisación, ausente de esa chispa que encienda la llama de lo emocional, pierde su esencia más cautivadora. La técnica científica que aplicó El Juli a sus dos toros, o el aplomo y seguridad de la difícil facilidad de Perera, fueron el polo opuesto al perfume morantista. Nada comparable, tampoco exclusivo, porque en esta Fiesta, una de sus virtudes radica en la pluralidad y variedad de gustos. Que para eso es una Fiesta del pueblo.

La faena de la tarde, quizá de la feria, llegó en el cuarto, que salió abanto y apenas dejó a Morante lucirse más allá de una verónica y una media. Mejor el quite con alguna verónica acompasada y a cámara lenta. Ínfima ración que no sació a los que esperan que surja la magia capotera en este torero único e irrepetible con la tela rosa. Más torerísima que adecuada la apertura de faena… sentado en el estribo y después con personales ayudados rodilla en tierra y una trincherilla sabrosísima. El toreo eterno. Se vino arriba el toro, que persiguió enrrazado la templada muleta de Morante, que toreó muy despacio y reunido con ese empaque y sentimiento innatos. No terminaba de escupirse el animal, algo pegajoso, pero no fue inconveniente para Morante, de cuyos dedos salió una auténtica obra de orfebrería. El compás, la torería… y la naturalidad. Una delicia el toreo a pies juntos del broche. Todo sobre la diestra, puesto que al natural no surgió el mismo acople. Mató de estocada caída y atravesada, que precisó del verduguillo, por lo que se le esfumó el premio. A pesar de ello, hubo leve petición y fue obligado a dar una vuelta al ruedo de lo más clamorosa. Castelló se embriagó con el duende del sevillano.

Salió suelto el primer toro de la tarde y no pudo lucirse Morante en el saludo. Mejoró el toro en la muleta, donde ya no mostró esa condición abanta, y aunque tardo, tomó bien los engaños, si bien le faltó pujanza, tomar los engaños con mayor verdad. Faena basada sobre la diestra en su totalidad, sin acabar de redondear pero de gran empaque y repleta de torería. Un doblón por abajo en la apertura fue un cartel de toros. Mató de un pinchazo y estocada casi entera caída, de efecto fulminante. Fue un aperitivo para lo que llegaría después en el cuarto toro.

Perera, el triunfo

El triunfador numérico de la tarde fue Miguel Ángel Perera, que cortó una oreja de cada toro y salió a hombros en la penúltima de la feria. Al extremeño lo arrolló su primero con los cuartos traseros en el quite por saltilleras. Todo quedó en un susto, él mismo se hizo el quite en el suelo. Volvió a quitar después, esta vez por gaoneras. Vibró la plaza en el inicio de faena en la boca de riego con ambas rodillas en el suelo. Embistió el toro con celo y codicia, por abajo. Gran toro este Borrachín, que embriagó de casta la tarde. Explosiva la acometividad de las primeras tandas sobre la diestra, más atemperado al natural, pitón por donde no llegó a acoplarse igual Perera, por lo que la faena disminuyó su intensidad. Ya nada fue igual. Mató de estocada trasera y fue premiado con una oreja. Ovacionado el toro en el arrastre.

Firme Perera con el sexto, un toro que embistió con nobleza en la muleta hasta que acabó algo rajado. Faena templada y de mano baja, de trazo largo, en la que al final, con el toro ya más aplomado, acortó distancias y se metió entre los pitones del toro. Mató de estocada algo caída y fue premiado con la oreja.

El Juli pasó de puntillas por Valencia y en la misma guisa por Castellón. Tibio arranque de temporada para este figurón del toreo, que no fue aquel Juli descarado y arrogante del año pasado. Su primero salió suelto y sin fijeza en los primeros tercios. No se empleó en ningún momento. Le tapó El Juli muchos defectos: la manera de fijarlo, de no apretarlo para que no se rajara, de darle confianza para hacerse con él… Pero el de Garcigrande salía desentendido, embistiendo por la periferia, lo que deslucía la labor de Julián. Quiso al final sin éxito remontar la faena atacando más por abajo y buscando la efectividad de los redondos. Mató de estocada casi entera algo trasera.

No fue fácil el quinto: sin finales, desordenado… quedaba descolocado, lo que dificultaba la ligazón. Le aplicó ciencia y técnica El Juli: la distancia para aprovechar la inercia, la muleta siempre adelantada y tapando la salida, el toque oportuno... La técnica en estado puro, tan imperceptible como fría. Llegó más al público en el epílogo, más arrebatado, más pasional. Ahí rompió la plaza con él, pero cuando empezó a darse cuenta, a despertar, ya era demasiado tarde. Mató de una estocada trasera y dos golpes de descabello.

De nuevo la plaza volvió a lucir llena hasta la bandera, con un ambiente de tarde grande. Expectación y ganas de toros. Las ovaciones de Juan José Padilla a la entrada del callejón se solaparon con las de Santiago Abascal en el momento de aposentarse en un palco de la empresa junto a Serafín Marín, torero catalán con fuertes raíces en esta tierra. Llegó Abascal para ver a Morante, amigo incondicional. Lo disfrutó y lo disfrutamos todos.