Cuando nadie lo esperaba, porque incluso después del tercero, en el que la lluvia comenzó a arreciar, la sombra de la suspensión planeó por los tendidos, a Juan Serrano le gustó su toro y bajo el chaparrón desplegó posiblemente los mejores muletazos de la feria.

La calidad de Finito de Córdoba es atemporal y está más allá de modas. Cuando se ha puesto y le ha bajado la mano al toro, ni un aguacero como el de ayer es capaz de restar brillantez a esos naturales que terminan en la espalda, donde de verdad se deben rematar los muletazos. Las inclemencias no solo no restan, más bien contribuyen a engrandecer una faena que por momentos hizo olvidar la lluvia, el frío y el cabreo de estar una hora esperando a ver si se daba o no el festejo.

Lo de matar es otra cosa, que tampoco ha sido Finito nunca un gran especialista en la suerte suprema, pero si tengo que escoger, me llena más verle torear como ayer en el cuarto que en una buena estocada.

Lo cierto es que todo pintaba a suspensión. Las previsiones meteorológicas no eran nada halagüeñas; hubo colas para devolver entradas con la excusa de la sustitución de Ponce, y retraso en tirar para adelante el festejo. Pocos hubieran apostado media hora antes a la corrida a que se celebraría, pero ya sea por la presencia de la televisión, el interés de Varea por aprovechar esta oportunidad o vaya usted a saber que condicionante, al final se pudo completar la feria. Vaya mi reconocimiento para el público que aguantó a pesar de la tarde de perros, para los areneros que se dieron una auténtica paliza para dejar el ruedo en condiciones y para todos y cada uno de los que actuaron por intentar hacer las cosas bien, a pesar del peligro que suponía torear en esas condiciones.