Cuando el arquero Antonio Rebollo, muy famoso en 1993 al haber encendido el pebetero olímpico de Barcelona‘92, lanzó la flecha que encendió el rotulo de fuego del Magdalena Vítol en la plaza Mayor, se convocó el tercer congreso magdalenero para debatir el futuro de la semana grande. Aquella flecha de fuego era la llamada a iniciar una nueva etapa en la fiesta magdalenera a tenor de lo que aquella noche, en el balcón principal del Ayuntamiento, dijo el entonces presidente de la Junta de Festes, Sixto Barberá. Aquellas fueron las primeras fiestas que organizó la Junta que presidió este médico, un histórico de las fiestas, que había fundado años antes los Moros d’Alqueria.

Una Magdalena, la de 1993, que apostó por la fiesta en la calle y por el papel renovador de las collas que, en aquel año, constituyeron su federación. Por su parte, las comisiones de sector, que ya funcionaban con la gestora desde cuatro años antes, pasaban por una de sus crisis de participación y financiación pero no dejaron de ser el elemento protagonista y fundamental de la fiesta. Las reinas fueron las jóvenes María José Cadroy y Maribel Marca, ambas con escasa relación con el mundo de las gaiatas. Entonces no era obligatoria la militancia en una comisión para llegar a la máxima magistratura festera. Na Violant d’Hongria fue Marta Vicente, quien representó a la esposa del rei Conqueridor en la Cabalgata del Pregó.

La Junta del doctor Barberá introdujo novedades en el programa. Algunas se consolidaron como el Tombacarrers, la cabalgata de animación que diariamente recorre las calles de la ciudad en las tardes de fiestas. O l‘Esclat de llum, un singular desfile nocturno basado en la luz y en la animación que no fue muy bien aceptado por las comisiones, algunas de las cuales llegaron a mantener una tensa situación con la junta antes de iniciarse el cortejo.

Parecía que mientras los castellonenses vivían con intensidad las fiestas en las calles y plazas, especialmente del centro urbano, los sectores se quedaban vacíos. El hecho de que el Mesón del Vino, que cumplía 25 años, ocupara la plaza de Huerto Sogueros y que los espectáculos musicales se celebraran en la avenida del Mar y en la plaza Mayor ayudó a que el casco antiguo fuera el epicentro del ambiente.

Collas vs. gaiatas, el debate

Mediterráneo no quiso mantenerse al margen de un debate que ya era trending topic de la época sobre el futuro de la Magdalena y convocó una mesa redonda, en su popular Bodeguilla, que todos los años es uno de los centros del ambiente festero en las mañanas de la semana grande. Gaiateros contra colleros, el eterno debate bizantino que sobrevive a juntas de fiestas y corporaciones municipales y que nunca se resuelve a gusto de todos. Pero Barberá ya advirtió que no era sólo éste era el tema para reflexionar. También lo fue el de la financiación, con un presupuesto muy amplio, pero que gastaba mucho en subvenciones, la gaiata monumental como símbolo y la música, la luz y la animación como señas de identidad.

Alguien recordó que los toros eran también parte fundamental. La Junta casi lograr introducir en el programa un encierro de toros al estilo de Pamplona o del Grao, porque aquí también se celebran. Al final no se autorizó, no por el peligro o por un espíritu antitaurino, sino por no alargar la fiesta toda la noche. Aquel 1993 fue el primero en que se reguló el horario de las collas, obligadas a cerrar a las cuatro de la madrugada. Mientras, ajeno a estas polémicas, Álvaro Amores, el torero del Grao, fue el gran triunfador de la Feria.