Únicas en el mundo. Solamente existen arquitecturas efímeras parecidas, aunque con otro significado y con otro discurso e hilo conductor en la ciudad japonesa de Akito con su Fiesta de las Luciérnagas o el Rosario de Cristal, de carácter devoto, en Zaragoza en los festejos del Pilar. También en algunas localidades de Cuba en la llamada fiesta de las parrandas.

Pero, gaiatas, con ese significado concreto de exaltación de la luz, de iluminar la noche casellonense (gaiatas que convierten la noche en claro día, como dijo el cronista Llorens de Clavell), y como consagración de la primavera y del renacer solo existen en la capital de la Plana.

Gaiatas que transmiten y generan emociones. La de la luz liberadora y fuente de vida, regeneradora y kilómetro cero de un año nuevo que se inicia. Porque los años en Castellón se miden por la Cuaresma, y exactamente en el tercer domingo de un periodo que antaño fue de penitencia y recogimiento y ahora es júbilo y esplendor en la fiesta más castiza y poderosa de la ciudad.

Simbolismo de la luz como metáfora y guía espiritual de un pueblo. Como factor de unión y de colectividad --las comisiones de sector que aúnan a los castellonenses como elementos de dinamización social-- y como axioma de antigüedad y pasado (llum antiga) que abre la puerta al futuro (per lluminosos camins).

Además, como arquitectura festiva más añeja de cuantas existen en el mapa de las fiestas populares de la Comunitat Valenciana (especialmente Fallas y Hogueras), y cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos de la Alta Edad Media, entre los siglos XIII y XIV, cuando nacen para incorporarse a la memoria colectiva del pueblo en forma de leyendas que se han ido transmitiendo de generación en generación.

Gaiatas como señas identitarias de la personalidad afable, socarrona y emprendedora de los castellonenses. También lúdica y epicurea en la línea del dolce farniente de las culturas mediterráneas. Castellón. Gaiata. Pueblo. Luz y Mediterráneo.