Lágrimas y flores de devoción y/o viceversa. Cuando un pueblo se aclama en la Virgen María bajo la advocación de Lledó. Cuando la primavera magdalenera se viste de tradición y milagro. Cuando un sábado es más mariano que nunca en la recta final de las fiestas oficiales de Castellón.

Eso es la Ofrena a la Mare de Déu, patrona de los castellonenses que, en su segundo año consecutivo dividida en dos franjas, matinal y vespertina, logró, una vez más, que aflorasen los sentimientos más profundos y el fervor sublime a la imagen más venerada.

Las reinas de las fiestas Estefanía Climent y Berta Montañés tuvieron su momento de confidencias, besos y oración ante la virgen más castellonera. Era el colofón a una multitudinaria ceremonia que se prolongó a lo largo del todo el día en la que 5.000 castellonenses desfilaron de forma cadenciosa hacia la basílica huertana en el que es el acto principal del último sábado de los festejos magdaleneros.

Estefanía y Berta fueron recibidas por el obispo de la diócesis, Casimiro López, y la Junta de Gobierno de la Real Cofradía de la Mare de Déu y entregaron sus respectivos ramos de flores. Mientras, los cánticos y los vivas a la virgen se sucedían en un torrente de emociones que inundaban un abarrotado templo que vivía uno de sus grandes días del año. Liturgia, fe, devoción y amor sincero se ensamblaban, precisamente en la festividad católica de la Encarnación. Castellón mostraba su vínculo mariano, precisamente con las 50.000 flores que, una tras otra, iban llegando al lugar sagrado de Lledó, el solar de una pasión desbordante de un icono que llega al corazón.

RITUALES // De esta forma, con la entrada de las reinas de las fiestas a la antigua ermita huertana se iniciaban una serie de rituales que no por repetidos son siempre emotivos y solemnes.

Las palabras del obispo, invitando a los fieles a acercarse a la la Virgen María, bajo el nombre de Lledó, dieron paso a la Salve Regina, la Reina de Castellón, la Reina de la Plana, con las dos reinas de las fiestas, Estefanía y Berta, que vivían uno de los momentos más felices de su reinado, y de también de sus vidas, bajo el manto protector de la Madre del Señor en la tradición del Castellón católico, pero también el pairal, esencia de la tierra.

De l’amor, Nostre Senyora, Mare de Déu del Lledó... cantaba el pueblo, mientras las lágrimas y el corazón se unían en oración perpetua y consagrada a la fe de una ciudad por su sagrada imagen. Castellón era Lledó y/o viceversa en la veneración constante a su Virgen más huertana.