Cervantes dejó escrito que ‘solo el que sabe sentir, sabe decir’. Y Castellón siente y dice, expresa y se emociona, ama y venera a su patrona, la Mare de Déu del Lledó. Así se reflejó ayer en la Ofrena de Flors en la que, desde la valentía y la solvencia de la Junta de Festes, estrenó doble sesión (matinal y vespertina), ganando agilidad, ritmo y prestancia al acto central del último sábado magdalenero.

Una jornada en la que las lágrimas dibujaron los valores castelloneros con una basílica --antigua ermita de labranza-- que fue esperando la llegada de sus fieles, en un mosaico ciudadano de todos los ámbitos. Porque la Lledonera es la Virgen de las gaiatas y de las collas, de moros, cristianos y templarios, de colegios, cofradías, casas regionales, coros, danzas, barreros, pregoneros, ‘festes de carrer’, ‘pal·lliers’...

Una Ofrena, la del 2016, cuyas cifras hablan de espectacularidad. 6.000 participantes, 36.000 flores, miles y miles de mantillas, y otros miles de rostros emocionados.

Si por la mañana un ritmo pausado y cadencioso marcó un peregrinaje intenso de castellonenses que querían saludar a su imagen más sagrada, la tarde, en un marzo de poniente y brisa de primavera, reiteró la fe de un pueblo, el marchamo genético de los castellonenses en una fidelidad más allá de las creencias, y como así lo recordó el obispo de la diócesis, Casimiro López, quien en su alocución, habló de una “Virgen de todos; de una fiesta de todos”.

Y en un día pletórico, las reinas de las fiestas, Carolina y Lola, y sus damas de la ciudad, con sus sonrisas y sus miradas de princesas castelloneras. ‘De l’amor, nostre senyora...’, y una basílica, y un templo de fuerza inmensa. Castellón y Lledó ensamblados en la memoria atávica. Sí, lágrimas. Y los recuerdos, que tanto amamos. H