A cara de perro salieron López Simón y Roca Rey. Se arrimaron sin reservas, a veces, hasta atropellaron la razón. Se dejaron tocar los muslos y asustaron al tendido. Hubo más ‘¡uys!’ que ‘olés’, y es que, a falta de emoción de los toros, tuvieron que tirar de bragueta. Asumieron su papel de toreros con la hierba en la boca y salieron a arrear, que es lo que se espera de ellos y el camino que tienen que seguir si quieren ser alguien importante en el toreo. Hubo entrega absoluta, sin reservas, siempre por encima de la condición de sus oponentes. Y es que a la corrida de Juan Pedro le faltó casta, fondo y emoción, con el denominador común de la bondad. Pero no fue corrida para dos gallos como estos, que requieren más movilidad y casta. Como punto a favor del ganadero, un ‘olé’ por la presentación. Ese es el toro de Castellón. Corrida rematada y con cuajo. Bien hecha, baja. Punto por encima que la del resto de ganaderías que han saltado a la arena esta feria. Pero sacaron las virtudes y los defectos típicos de esta casa. A penas se picó. Todos se cambiaron con un puyazo, diría que con un picotazo, dejándolos crudos para los quites y sabiendo que la corrida llegaba aplomada al último tercio. El que más empujó y por tanto mayor castigo recibió fue el cuarto. El piquero, Ángel Rivas, se llevó una calurosa ovación después del puyazo, en el que sujetó muy bien al de Juan Pedro Domecq.

Tanto tenían asumido su papel los jóvenes espadas, que abusaron del toreo efectista en detrimento del más ortodoxo. Y es que su corazón y valor están más que justificados, pero a veces resultó algo tedioso tanta espaldina y encimismo porque en el toreo todo tiene su justa medida y los excesos diluyen lo que tiene aires de grandeza. Se echó de menos alguna tanda en redondo y por abajo, a veces pulso y suavidad para acariciar las embestidas; porque hubo algún toro que se prestó para ello.

Fue López Simón quien se llevó la gloria y la foto de la puerta grande, después de cortar dos orejas. Abrió plaza un toro de pelaje melocotón y con cuajo, que tuvo mucha nobleza y calidad. Acusó un par de volteretas y una mala brega, pero fue bueno en la muleta. El madrileño acortó distancias enseguida. Faltó ‘tempo’ y algo de pulso en ese afán de atacar desde el principio. Los momentos de mayor conexión llegaron al final, con el madrileño metido entre los pitones. Antes había dejado algún natural aislado en una faena a la que le faltó rotundidad. Cortó una oreja a pesar de un bajonazo infame que el público ninguneó. Y es que no mató bien Alberto ayer. Las otras dos estocadas cayeron también muy desprendidas, en el mismo rincón las dos, pero como fueron de efecto rápido, no se tuvieron en cuenta a la hora de conceder los trofeos.