curiosamente, nuestra Magdalena 2016, abarca justamente el día 29 de febrero, lo cual se presta a numerosas cábalas sobre esta circunstancia meramente astronómica, aunque desplazada, a veces, a la astrología y de ahí al nacimiento de supersticiones. Los granos de habas, dicen algunos agricultores, están situados en la vaina de forma distinta. No es cierto. Otros, siguiendo a los antiguos romanos, consideran que el año bisiesto es un año siniestro y fatídico. Algunos, incluso, documentan este hecho con datos históricos: la muerte de un dirigente, una catástrofe natural y todo lo que pueda suceder en un año normalmente establecido. Pero esto, querido lector, es común en los años bisiestos y los que no lo son, como nos confirma la historia. Lo demás son coincidencias.

Simplemente, en esta Magdalena nos encontramos con un día más del mes de febrero, que provocaba alguna alteración en el mundo del calendario juliano, y que, como se sabe, sirve únicamente para ajustar el desfase que se produce naturalmente: del antiguo calendario juliano se pasó, en 1582, al gregoriano (Gregorio XIII), después de reajustar, también, otro desfase. Así, tras el jueves 4 de octubre de aquel año se pasó al viernes, 15 de octubre, desapareciendo de esta manera el desfase de diez días con el calendario solar. En realidad, el año es de 365 días, 5 horas, 49 minutos y 46 segundos, lo cual conlleva la necesidad de la regulación. De ahí el ajuste mediante la introducción del año bisiesto cada cuatro años, siempre que sea divisible por esta cifra, excepto los divisibles por 100, salvo que estos últimos sean divisibles por 400. La cosa no es tan sencilla.

La verdad es que, antes de esta reforma, la Romeria a la Magdalena había estado regulada en 1572 en el tercer sábado de Cuaresma, aunque ya en 1374, como bien dijo mi inolvidable profesor Luis Revest, se celebró la primera rogativa penitencial. Más tarde, después de la reforma, en 1793, el obispo Salinas establece el traslado de la procesión al domingo en lugar del sábado. Ya anteriormente, en 1730, Llorens de Clavell, notario y cronista, habla de la procesión a la ermita y de la conmemoración del traslado fundacional de la ciudad. Y el padre Vela, en 1750, confirma la celebración magdalenera en el segundo sábado de Cuaresma. El resto es harto conocido. ¡Cosas del calendario! Algunas afectaron a la fiesta antes de la reforma; otras, después.

Pero la cuestión no era tan fútil ni tan sencilla como aparentaba. La fijación del nuevo calendario se produjo alrededor del día de Pascua, por lo cual los padres de la Iglesia decidieron partir de esta fecha, tras cálculos complejos: la primera vez fue establecida el primer domingo después del plenilunio que sigue al equinoccio de primavera y no podía bajar del 22 de marzo ni pasar del 25 de abril. Pero fue en el Concilio de Nicea donde se aclaró mejor la cuestión: primero, ha de ser en domingo; segundo, ese domingo es el que sigue al 14º día de la luna pascual --si este día es domingo se entenderá que es el siguiente--; tercero, la luna pascual es aquella que el día 14º tiene lugar en o inmediatamente después del equinoccio vernal; y cuarto, este equinoccio es el 21 de marzo.

De aquella reforma gregoriana, precedida de la juliana, llegamos a la conclusión de que los años bisiestos no nacen por generación espontánea y llegan a afectar a todo el calendario cristiano y luego universal. Las fiestas de la Magdalena sufrieron la reforma y hoy, como consecuencia, nuestra conmemoración incluye un 29 de febrero, un año bisiesto que, estamos seguros, nada tendrá que ver con el siniestro de la tradición y de los malos augurios de las especulaciones. Podremos contarles a nuestros descendientes que Castellón celebró su ‘festa plena’ con alegría, bullicio y fidelidad a nuestros orígenes y a nuestras creencias… aunque el año fue bisiesto. H