¿Quién dijo que la tauromaquia no tiene seguidores entre los más pequeños de la casa? Hugo Ferrer Ripollés es el vivo ejemplo de que la afición por el toreo no entiende de edades. Su pasión es tal que con apenas 13 años ha recorrido las principales plazas españolas para ver a su ídolo, Roca Rey.

Hugo, vecino de Cinctorres, sigue con ilusión la temporada taurina y domina a la perfección todo el ritual de la lidia. Pese a su juventud, analiza en toda su magnitud el desarrollo del festejo y se fija con atención a todas las suertes que ejecutan los toreros. Según confiesa “me gusta seguirlo por la televisión, pero lo que más me gusta es ir a la plaza. Verlo allí me emociona”.

Debutó en un coso taurino con 9 años, en la Feria de la Magdalena de 2016. Aquel día vio torear por primera vez al torero peruano y desde entonces lo sigue con entusiasmo. “Le pedí a mi padre que lo quería volver a ver y hemos ido a Madrid, Pamplona y València”. Sobre la forma de torear que tanto le gusta destaca, “se los ajusta mucho y lo hace muy bien, “cuando se lo pasa por la espalda es soberbio.” Ferrer conserva todos los recuerdos de sus viajes, tiene fotos de las plazas, guarda con mimo las entradas y recientemente se ha comprado un capote para practicar y en el que, como los grandes maestros, ha estampado su nombre.

Ahora, ya espera la próxima ocasión para ver a su torero favorito. Y ya tiene comprada la entrada verlo de nuevo. Será el 29 de marzo cuando el diestro se enfrente a los de Juan Pedro Domecq, en un cartel que comparte con El Fandi y Manzanares. “Espero que él esté bien, que le salgan dos buenos toros y pueda salir por la puerta grande”. A Hugo, además, le queda una espina que espera sacarse en Castellón, hacerse una foto con el maestro. “Lo he intentado varias veces, en Pamplona esperé dos horas a su salida, pero no lo pude ver, me gustaría conocerlo”.

La afición es compartida con su padre que es quien lo lleva a ver las corridas. La pasión, no obstante, acaba cuando Hugo habla de su futuro. Y es que al pequeño de la casa le gustaría ser torero, y aquí es cuando sus progenitores no comparten las mismas ideas que él. “A mí me gustaría ser torero, me encanta, pero mis padres padecerían demasiado, no les gusta nada que lo diga”. Ahora, solo queda desearle, ¡mucha suerte maestro!