la basílica de la Mare de Déu del Lledó vuelve, una vez más, a ser protagonista indiscutible para la fe y la devoción de muchos castellonenses, que con la llegada de sus fiestas de la Magdalena, se acercan al sagrado templo para cumplir con su “peregrinación” anual. Bien con la intención de parar en su Tornà de la Romeria, o tal vez con la finalidad de llevar un ramo de flores en el día de la Ofrena. Sin embargo, el santuario mariano tendrá una especial relevancia en este 2016 porque celebra el 650 aniversario del hallazgo de la Santa Troballa. Rememorando así el inicio del culto y veneración de la sagrada figura de 6 centímetros de altura, que se guarda en la hornacina del pecho de la imagen-relicario de la Mare de Déu del Lledó, que preside el altar de la basílica. Sin duda alguna, aunque la Real Cofradía de la Verge del Lledó no preparará nada significativo para realzar tal efeméride durante estas fiestas fundacionales de la ciudad, no niegan que más adelante se ofrecerá alguna conferencia o charla para explicar los detalles de la emblemática pieza.

Este particular 650º ‘cumpleaños’ rememora una historia que ha llegado hasta nuestros días y que se ha ido transmitiendo de generación en generación, en forma de leyenda. Y que nos dice que un labrador castellonense, Perot de Granyana, se encontraba arando su campo cuando de repente se percató de que la yunta de bueyes se había detenido frente a una gran losa, al pie de un almez (lledoner en valenciano), y de como si una fuerza misteriosa le impidiese seguir avanzando en su trabajo. Con el forcejeo para poder solucionar el problema, saltó una raíz del árbol y allí mismo, bajo las glebas del arado, apareció una diminuta figura de unos 6 centímetros de altura, que sería identificada como una imagen de Nuestra Señora Santa María. Al respecto, el historiador José Sánchez Adell cuenta que en la versión legendaria del hallazgo de la imagen, el hecho tuvo lugar en un terrero que era propiedad de Perot de Granyana, sobre el cual, se levantó la ermita dedicada a la Virgen y que es el terreno que hoy conocemos. Este hecho, considerado para algunos como “milagroso”, sucedió en el año 1366 en un momento de crecimiento para la ciudad de Castellón que iba extendiéndose a lo largo y ancho de la llanura.

Como era de esperar, la noticia se expandió con celeridad y tanto autoridades como vecinos -así lo cuenta la historia- se dirigieron con el Granyana al lugar designado como el del hallazgo. Muy pronto conocería el lugar un sagrado recinto para albergar y honrar la memoria de María, que ha llegado hasta nuestros días. También el historiador Álvar Monferrer en su libro ‘La Magdalena. Del mito a la actualidad’ afirma, en una de sus páginas, que en 1563 “aparece la primera mención a la historia de Perot en un exvoto de plata que representaba ‘hunes forques ab l’home de argent’, exvoto que en los inventarios posteriores quedaría en el anonimato”. Además, Monferrer en su obra refiere a que en 1638 “aparece la primera mención a la pequeña imagen, cuya existencia anterior no podemos poner en duda, y poco después, ya en la segunda mitad del siglo XVII, la constancia escrita del mito de la Troballa”.

Nadie duda y así lo afirma el sacerdote y prior de la Basílica, mosén Josep Miquel Francés Camús, en su obra ‘Historia de la basílica de Lledó’ de la gran devoción que siempre le han profesado los castellonenses y fieles de la diócesis, a esta imagen que “está allí desde tiempo inmemorial, aceptada por todos, primero como figura de la Virgen María y a partir de un determinado momento bajo la advocación de Lledó”.

Numerosas han sido ya las fiestas que la basílica ha celebrado para conmemorar los diversos centenarios de una diminuta imagen que desde 1638 comenzó a venerarse en el agujero abierto en el pecho de la imagen mayor, que desde entonces asume la condición de imagen-relicario. Cientos de años después, los fieles siguen profesando un culto solemne y una devoción desmesurada a una imagen que para el mundo de las formas y los estilos artísticos siempre ha sido vista como una rareza iconográfica, al albergar en su vientre, no al Niño Jesús, ni la Eucaristía (como tantas otras imágenes de la Virgen), sino otra pequeña figura, venerada a su vez como icono de la propia Virgen María. H