No pasará a la historia la última de la feria, un festejo que se vivió siempre a medias tintas, en el que no siempre se vivió esa conjunción toro y torero. Y es que cuando hubo de una cosa, faltó de la otra; y viceversa. Con cierta frialdad se vivió el festejo, con un público amable aunque poco metido en la tarde. Quizá, la excesiva nobleza de los toros de Zalduendo tuviese algo que ver. Eso sí, impecable la presentación y eso es de agradecer después de haber visto lo que ha salido por toriles. Con este medio toro quien salió triunfante fue Talavante, que evidenció el momento en el que se encuentra. Un día antes había salido a hombros de Olivenza, donde dejó una tarde para el recuerdo. Fue un aviso de intenciones que constató después en Castellón. Y eso que no se le vio en su mayor dimensión.

Talavante paseó la primera oreja de la tarde frente al segundo, un Zalduendo que embistió con celo en los primeros compases, aunque algo rebrincado por la falta de fuerzas. El extremeño realizó un quite combinando saltilleras y gaoneras, antes de dejar en la muleta una faena de altibajos en la que faltó acople y rotundidad. Algún natural suelto en una labor de poco contenido, en la que despertó al público con las bernadinas finales y una buena estocada al segundo intento, que fueron claves para la concesión del trofeo. Orejita de poco peso.

Todo mejoró con su segundo, un toro de mucha nobleza, que embistió muy bien aunque venido a menos. Siempre acusó esa falta de fuerza, quizá el castigo en varas le pasó factura. El extremeño comenzó la faena con un cartucho de pescado en el centro del ruedo, para proseguir con naturales importantes, marca de la casa, con el medio pecho y la muñeca muy suelta. Con la diestra toreó con mucha naturalidad y abandonado, caído de hombros recordando a su admirado José Miguel Arroyo Delgado. Hubo belleza y compostura, con esa facilidad de Alejandro para hacer el toreo bueno. Puso el toque de variedad y de inspiración con las arrucinas y las manoletinas mirando al tendido, antes de amarrar una buena estocada. Oreja, que le otorgaba el derecho a abrir la puerta grande.

El cuarto se partió una pata justo en el momento en el que ‘El Fandi’ clavaba el tercer par de banderillas --un clásico por su parte en Castellón--, en el que animal se había arrancado con velocidad. Se enfadó al público con el palco, que no devolvió al toro. En todo su derecho estaba el presidente de no devolverlo, puesto que ya había cambiado el tercio, aunque tampoco hubiese pasado nada si, en bien del aficionado, hubiera sacado el pañuelo verde. Tuvo que abreviar el granadino, muy enfadado con la autoridad por negarse a darle otra oportunidad.