Tarde gris en Castellón, nunca mejor dicho. Un temporal de lluvia y viento, que obligó a retrasar el inicio del festejo, unido a una corrida deslucida de Victorino Martín, ensombreció una tarde en la que lo mejor, llevo el sello y la firma de Varea. Había gran expectación por el regreso de quien fue santo y seña en esta plaza: Victorino Martín, y eso se notó en la magnífica entrada. Lleno total en el sol, y casi llena la sombra. Y todo a pesar del mal tiempo y de la presencia de las cámaras de televisión. Cuando faltaba un cuarto de hora para que clarines y timbales anunciaran el inicio del festejo, comenzó a caer una fuerte lluvia que llegó a cuestionar la celebración del mismo. Cesó el agua, se acondicionó el ruedo y dio comienzo la corrida con unos minutos de retraso. El público ovacionó tras el paseíllo al ganadero protagonista, cuyo homenaje se materializó con una escultura de Ripollés, gran amigo de su padre, entregada por Pepe Luis Ramírez, el primer matador de toros que dio esta tierra.

Defraudó Victorino. La presentación, cogida con alfileres. Astifinos sí, pero faltos de remate. Desigual el encierro. Se protestaron algunos de salida como el segundo.Y en cuanto a juego, no fue lo que se espera de una ganadería subida al pedestal de la bravura. Al conjunto le faltó casta y la emoción que hizo grande a esta divisa. Salvo algunos detalles del primero y el buen pitón izquierdo del tercero, no fue la victorinada que Castellón esperaba.

Remitió la lluvia

La tarde iba de capa caída. El Fandi tan solo se acopló por momentos con el primero, que tuvo calidad por el pitón izquierdo y el granadino, dejó algunos naturales de buena factura en una labor que no acabó de tomar vuelo. Mientras que a Castella le sonaron los tres avisos en el segundo y una fuerte lluvia con un cielo encapotado, hacía presagiar una tarde desapacible. Y eso que Castella se salió a los medios muy bien con la muleta, doblándose por abajo para someter al animal y poderle. Expuso Castella con firmeza intentándolo sobre ambas manos a pesar de que el animal se vencía por los adentros y con corto recorrido. No estuvo afortundado con la espada. Con una estocada dentro, el victorino se puso complicado para descabellar y tras sonar los tres avisos para Castella, acabó siendo devuelto a los corrales.

Pero de momento, remitió la lluvia y se abrió el cielo en el tercero. Y a Varea le llegó la inspiración desde que se abrió de capa para recibir al victorino con arrebatadas verónicas y una media exquisita. Su gusto capotero quedo evidente después en otra media que fue un auténtico cartel de toros. No era fácil el toro. Muy agarrado el piso y defendiéndose en los primeros tercios, no quería nada por arriba, por donde portestaba. Pero Varea, que salió mentalizado y dispuesto, acabó metiendo al de Victorino en la muleta por el pitón izquierdo, el único potable. Surgió la mejor zurda de Varea con un toreo cargado de expresión, profundidad y sentimiento. Perfecta la manera de presentar la muleta y enganchar con suavidad, alargando la embestida hasta detrás de la cadera. Toreo caro. Y todo con mucha firmeza y exposición. Ni una duda. Sin toques bruscos. La gente se rompió con el de la tierra, que le jaleó los olés por su toreo de gran personalidad. Mató de pinchazo y media estocada, que le valió para cortar una oreja. Todo hacía presagiar lo mejor, pero salió el sexto y todo quedó en papel mojado. Un toro deslucido, apagado y con una embestida anodina con el que poco pudo hacer el torero de la tierra. Y como Varea no es torero de buscar el triunfo por otros senderos, se fue a por la espada y esta vez, mató de una estocada al primer intento y un descabello. Fue silenciado el torero. Aunque no hubo triunfo redondo, sí dejó la sensación de que Varea aún no ha dicho su última palabra.

Las figuras, inéditas

Salvo una tanda de naturales de Fandi y algunos detalles de Castella como la apertura de faena al segundo o su firmeza frente al descastado quinto, lo demás careció de contenido. Pasaron sin pena ni gloria. Tampoco ayudaron los de la A coronada. La imagen del cuarto toro por los suelos, dista mucho de lo que este ganadero de Galapagar nos tiene acostumbrados. Mientras que el quinto, más alto de agujas, largo y un punto más embastecido que sus hermanos, fue a menos en la muleta. No se empleó el victorino, siempre con la cara alta, midiendo y sin fijeza, echando el freno a mitad del viaje con ese peligro sordo. Castella se justificó en una faena larga en la que llevó muy tapado al animal y aguantó parones con firmeza, pero a esas alturas, el público le exigía más. No fue lo esperado.