Los 2.000 habitantes del paddock tienen médico y hospital las 24 horas del día. La Clínica Móvil del doctor Michele Zasa (Parma, Italia, 1979) está abierta siempre, no solo para los pilotos, también para cualquier persona del campeonato que precise un medicamento, una cura, un masaje o una pequeña intervención. Zasa no lo dice pero para los pilotos, él es su médico, su amigo, su psicólogo.

¿Qué sensaciones tiene mientras cuida de la salud de tanta gente?

Tengo la sensación de ser un médico de cabecera, un antiguo médico de familia, como un médico de pueblo, pues el paddock no deja de ser un pueblo de 2.000 habitantes.

Un pueblecito con más de un centenar de curiosos habitantes. Los pilotos son gente rara. Quiero decir, gente especial. Son jóvenes con una gran fuerza psicológica, sobre todo los ganadores, que enseguida destacan por su fuerza de voluntad, sacrificio, querer correr siempre e intentar ganar como sea.

Usted diría que viven en un micromundo alejado de la realidad.

No, para nada. Son chicos muy corrientes, que tienen los mismos problemas que tiene todo el mundo con su familia, sus amigos, su novia, su equipo. La gente los cree inmortales, casi héroes porque arriesgan la vida a 350 kms/h., pero puedo asegurarle que, muy a menudo, necesitan más un amigo, una palabra, un hombro en el que llorar, que un médico.

Unos profesionales que hacen auténticas locuras para correr.

Eso ya se acabó, extremamos las medidas de seguridad y ahora todo está mucho más controlado, todo es más lógico y han dejado de permitirse muchas cosas. Hace diez años, en efecto, se hacían, o autorizaban, auténticas barbaridades, locuras para que el piloto volviese a correr.

¿En qué se basa esa prudencia?

Pues en controles mucho más estrictos, en la valoración de las lesiones que sufren, en impedir, por ejemplo, que si entran en el quirófano el viernes o el sábado, no puedan correr ese domingo. Hemos empezado, los pilotos los primeros, a tener en cuenta qué será de ellos cuando dejen de correr y, en ese sentido, no permitimos que corran si un regreso precipitado puede afectarle en su vida diaria tras retirarse.

Y ellos lo han entendido, supongo.

Lo más importante en nuestra relación es no mentirles, ser muy sincero cuando hablamos con estos pacientes tan especiales. Al piloto hay que decirle lo que puede hacer sin riesgo y lo mucho que arriesga si fuerza su regreso. Le he contado el impedimento de correr tras una intervención, por pequeña que sea, pero, por ejemplo, si sufre un golpe en la cabeza, para volver a correr, el piloto ha de pasar por las expertas manos del doctor Ángel Charte, director médico del Mundial, que le someterá a un sofisticado test, importado del fútbol americano, para estar seguros que ya no tiene secuelas serias en su cabeza del accidente.

Pero ellos, en cuanto entran en su clínica, es para que los arregle rápidamente y puedan volver a la pista.

Eso, siendo verdad, ha cambiado porque ahora empiezan a ser muy conscientes de que se están jugando, además de una victoria o un podio, perder calidad de vida en el futuro.

Pero estos chicos dan la sensación de ser de acero, de aguantarlo todo.

El campeón no es alguien que no tiene dolor; el campeón es alguien que quiere correr incluso con dolor. Él siente el dolor ¡claro que siente el dolor! Solo un tonto no teme el dolor, pero el piloto entra en la clínica y, a los cinco minutos, ya está pensando en volver a correr.

Hacía cinco años que no fallecía nadie en una carrera del Mundial y, ahora, tras la muerte de Marco Simoncelli en Malasia 2011, ha llegado la de Luis Salom en el Circuit de Cataluña.

Nos solemos olvidar en demasiadas ocasiones que este es un deporte peligroso, en el que se mueren muchos menos deportistas que en cualquier otra especialidad. Sin ir más lejos, no paramos de ver muertes súbitas en el fútbol. Hacía cinco años que no sufríamos una desgracia como la de Salom en Barcelona. Y, al igual que sucedió con Marco, las dos fueron fruto de la fatalidad, pues ahora las medidas de seguridad son tremendas tanto en los circuitos como en todo todo lo que significa protección, como son el casco o el mono.

Usted cree que ellos, los pilotos, piensan mucho en esas cosas.

Yo creo que los pilotos temen más al dolor que a la muerte. Es imposible practicar este deporte al más alto nivel, como hacen estos muchachos, pilotar a 350 km/h, acariciar el asfalto a 140 km/h y temer matarse. No. Ellos temen hacerse daño, temen el dolor, pero no creo que piensen en la muerte, no.

Dirían que están acostumbrados.

Diría que empezaron a correr de niños y, por tanto, tienen muy interiorizado lo que hacen. Podría decirse que para ellos es casi natural aquello que para muchos se nos antoja una locura y, sin embargo, muchos de ellos temen cosas que otros consideramos de lo más normal.

Póngame un ejemplo, por favor.

Cuando Jorge Lorenzo se rompió el jueves la clavícula, en Assen-2013, ¿se acuerda?, se fue a operar a Barcelona para regresar el sábado, correr y acabar quinto. Era una de esas locuras que se hacían antes. Pues bien, yo no me separé de él ni un minuto. En el jet privado de regreso a Assen, Jorge me preguntó que estaba haciendo en aquel momento y le conté que estaba especializándome en Inglaterra en cómo atender accidentes de tráfico, a los que siempre acudía en helicóptero. Y, nada más oir la palabra helicóptero, me dijo '¡uf!, yo no me subiría por nada del mundo a un helicóptero'. Y pensé, pero, bueno, un chaval que acaba de operarse de la clavícula, que hoy mismo va a subirse a una moto y se va a poner a 350 kms/h. me está diciendo que le tiene miedo al helicóptero. Pues sí, Jorge teme más subirse a un helicóptero, que pilotar su Yamaha, ya ve.