Solo faltan 4 días para el inicio de los Juegos Olímpicos de Río 2016 y en la cidade maravilhosa son pocos los que se muestran entusiasmados con la idea de acoger el mayor evento deportivo del planeta. Más allá de la sonrisa de los orgullosos voluntarios, que lucen sus coquetos uniformes camino del aeropuerto o de alguno de los escenarios olímpicos repartidos por toda la ciudad, el espíritu olímpico continua siendo un completo desconocido entre los cariocas. Tampoco la omnipresencia de los primeros turistas, untados de repelente hasta las cejas para evitar el temido virus zika, parece emocionarles demasiado.

Mucho menos las enormes pancartas de Río 2016 colocadas en las populares playas de Copacabana e Ipanema o los adhesivos de colorines que decoran la valla que bordea la carretera del aeropuerto internacional y que, en realidad, solo sirven para tapar la incómoda miseria de las favelas a las delegaciones de 206 países que estos días llegan a Río. Absolutamente nada ha conseguido crear un ambiente festivo en la anfitriona. Muy al contrario: la ocupación literal de 67.500 policías y militares de las calles, con sus patrullas en vehículos blindados y el sonido de los helicópteros militares, ha otorgado a la ciudad un ambiente poco menos que apocalíptico.

No en vano, una reciente encuesta publicada por el diario Folha de Sao Paulo reveló que un 50% de los brasileños se declara abiertamente en contra de la celebración de los Juegos y un 63% opinaron que el evento traerá más problemas que beneficios. Además, durante el recorrido de la antorcha olímpica por 300 ciudades de Brasil una decena de eventos convocados a través de las redes sociales intentaron, con éxito, apagar la llama olímpica demostrando el profundo inconformismo de la ciudadanía con un megaevento más y del que todavía no conocen su precio exacto.

Ni lo sabrán, ya que el controvertido alcalde de Río de Janeiro,Eduardo Paes, confirmó hace poco que el coste real de Río 2016 se sabrá «cuando esté todo certinho», es decir, una vez acaben las competiciones. No vaya a ser que los más de 10.750 millones de euros, que se sabe ya se han gastado en la organización, vayan a sentarle como un tiro a los miles de médicos, profesores, policías y bomberos que llevan meses en huelga exigiendo que se les paguen sus salarios atrasados después de que el gobierno de Río de Janeiro se declarase en bancarrota.

MOTIVOS PARA EL DESCONTENTO

Con este panorama, no es de extrañar que los sindicatos de laPolicía Militar, cansados de jugarse la vida en las favelas con un equipamento obsoleto, decidiesen protestar hace un mes recibiendo a los turistas en el aeropuerto internacional con la pancarta«Welcome to Hell» («Bienvenidos al infierno»).

A pesar de que la situación ha cambiado mucho desde las enormes protestas ciudadanas previas al Mundial de Fútbol de 2014, con el estallido de una crisis política, económica y social sin precedentes, los motivos para el descontento siguen siendo los mismos: el dinero público se escapa entre grandes eventos y mayúsculos escándalos de corrupción mientras la desigualdad continua siendo el cáncer que corroe por dentro a la sociedad brasileña. Un aspecto muy significativo de esta fractura social será la ausencia en la ceremonia de inauguración del próximo viernes en el estadio de Maracaná del expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, y de la presidenta suspendida, Dilma Rousseff. Bautizados como el «padre» y la «madre» de Río 2016, ya que fueron ellos quienes impulsaron la candidatura olímpica y coordinaron los preparativos desde 2007, su ausencia voluntaria en el palco de personalidades dejará huérfano a los JJOO el día de su nacimiento.

En su lugar, el impopular presidente interino Michel Temer se sentará junto a los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) y otros 55 jefes de Estado, entre los que no estarán Barack Obama, Vladímir Putin y Angela Merkel,entre otros. Tampoco estarán presentes en la ceremonia de apertura la mayoría de los líderes latinoamericanos, a pesar de que se trata de los primeros JJOO celebrados en un país de América Latina; toda una muestra del rechazo a un gobierno al que muchos califican de ilegítimo en este hemisferio del planeta.

Los apenas 10 segundos que el COI ha reservado para el discurso de Temer serán la prueba más inequívoca del hartazgo de los brasileños de sus políticos. La pitada que dará inicio a Río 2016 en Maracaná promete ser monumental.