Se le ha comparado con Michael Jordan por su capacidad para hacer olvidar que las leyes de la gravedad existen; a Michael Phelps por la perfecta adecuación de su cuerpo a su deporte, y a Serena Williams por el dominio casi absoluto en su disciplina. Pero la estadounidense de 19 años que ha roto estereotipos, ha revolucionado la gimnasia y en Río ha confirmado su grandeza con cuatro medallas de oro, incluyendo la que corona como mejor gimnasta, y una de bronce no quiere ser medida en comparación con nadie. “No soy la nueva Usain Bolt o la nueva Michael Phelps”, decía hace unos días. “Soy la primera Simone Biles”. Primera y única.

Brasil ha sido la culminación de un sueño, de una meta de ser campeona olímpica que la deportista llevaba anotando en las páginas de su diario desde que era solo aquella niña que empezó a hacer gimnasia cuando tenía seis años. Los oros en individual, equipos, salto y el de suelo conseguido este martes han confirmado al planeta un dominio que ya habían adelantado los tres títulos mundiales con que se alzó consecutivamente entre el 2013 y el 2015, un hito que nadie había alcanzado antes. Y el bronce en la barra de equilibrios el lunes lo único que ha hecho es recordar que es humana, algo que a veces puede olvidarse en una gimnasta que hace que lo difícil parezca fácil y convierte lo impensable en realidad.

LA MEJOR DE TODOS LOS TIEMPOS

Con 1,49 metros de puro músculo y atleticismo y talento naturales que combina con ética de trabajo y habilidad para manejar la presión, Biles es para muchos no ya solo la mejor gimnasta actual, sino la de todos los tiempos, por encima de Nadia Comaneci. En suelo, su mayor reino, la potencia de sus piernas y la velocidad de su carrera le da más tiempo para sus acrobacias. Vuela más alto, gira más rápido y aterriza con más firmeza y así ha sido capaz de crear su propio movimiento, “el Biles”, un doble en plancha que termina con medio giro y tras el que aterriza a ciegas.

Esa misma potencia y capacidades le han ayudado también a perfeccionar saltos como el Amanar en el potro, donde realiza dos piruetas y media antes de aterrizar en la colchoneta, o ejercicios en la barra de equilibrios, donde también ha añadido medio giro a su mortal. Y salvo en las barras asimétricas, su punto más débil y la única disciplina en que no ha competido en Río individualmente por el oro, Biles acostumbra a dominar con abrumadoras ventajas en el sistema de puntuación establecido desde el 2006, cuando se acabó con “el 10 perfecto” y se creó uno que valora por un lado la dificultad y por otro la ejecución.

LA MODERACIÓN, RARA AVIS

Junto a Biles, prácticamente desde el principio, ha estado Aimee Boorman, una entrenadora que desde que empezó a trabajar con Biles cuando tenía siete años vio todo su potencial y encontró la mejor forma de desarrollarlo. Los primeros años quiso que el gimnasio fuera también diversión para aquella niña, que había nacido en Columbus (Ohio) y para entonces ya vivía en Spring (Tejas), donde había sido adoptada por su abuelo Ron y su segunda esposa, Nelly, después de que su madre perdiera su custodia y la de sus tres hermanos por sus problemas con las drogas y el alcohol.

Boorman adoptó un estilo, que mantiene hoy en día, dominado por algo que parece vetado en la formación olímpica: moderación. Cuando no está bajo las órdenes de Martha Karolyi, la coordinadora del equipo estadounidense y regente de sus duros campamentos mensuales en Hunstville (Tejas), Biles entrena 32 horas por semana y lo hace con un regimen más flexible que el de otras gimnastas, haciendo por ejemplo 10 saltos en el potro por semana cuando otras hacen 10 al día. Y no falta la dureza, la exigencia, esos ejercicios como subir seis metros de cuerda en cinco segundos usando solo los brazos ni tampoco faltan las noches en que se hacen imprescindibles los pantalones que masajean las piernas con aire comprimido ni hay escasez de esos duros entrenamientos de preparación para la competición que Biles ha comparado con “convencerte repetidamente de que no vas a morir”. Pero la filosofía de Boorman está ahí.

JOCKEY Y PURA SANGRE

“Creo en vacaciones, creo en descanso y si es el cumpleaños de tu mejor amiga, te tomas el día libre”, ha explicado alguna vez la entrenadora, que considera que “es importante que (Biles) pueda funcionar como alguien normal” y hoy define a su pupila como "85% grande y 15% adolescente".

Boorman, que ayudó a Biles a controlar su poder y, como ha dicho alguien, “aprender a ser pura sangre y jockey a la vez”, se ha adaptado también a la concentración de la joven, que funciona por pequeños estallidos, y a su velocidad asombrosa para aprender nuevas técnicas. No le empuja antes de que esté lista. Es Biles la que se marca sus ritmos. Es Biles la que dice “lo tengo”. Como ha quedado demostrado en Río, donde Biles ha igualado los cuatro oros que Larisa Latynia sumó en Melbourne en 1956, la fórmula funciona. Lo tiene.