Hay récords, susceptibles siempre de ser mejorados; y hay hitos, que nunca abandonarán su lugar imborrable en la historia. Simone Manuel tiene desde el jueves ambos. La nadadora estadounidense de 20 años logró empatada con la canadiense de 16 Penny Oleksiak el oro y la mejor marca olímpica hasta la fecha en 100 metros libres, pero en esos 52,70 segundos en el agua Manuel hizo mucho más. Se convirtió en la primera nadadora estadounidense negra en lo más alto de un podio olímpico.

Sueña, y lo ha dicho, con el día en que no se le defina con ese “Simone, la nadadora negra” que hace sombra a que es, simplemente, alguien que entrena “tan duro como el resto”, que quiere ganar “como el resto” y que ama su deporte. A la vez, Manuel confía en que logros como el suyo “puedan inspirar a otros y diversificar el deporte” y, de esa forma, acercar el sueño a la realidad.

Para entender la trascendencia de su oro para Estados Unidos hay que conocer la historia de un país donde las piscinas fueron uno de los máximos y más duraderos escenarios de la segregación racial. Incluso cuando el Tribunal Supremo puso fin a la sangrante discriminación en las escuelas en 1954, en lugares como Baltimore se prolongó la ignominia en las piscinas.

HERIDA CON SECUELAS

“La preocupación entre nadadores blancos y autoridades es que si negros y blancos nadaban juntos en piscinas en que la cultura estaba muy sexualizada, los hombres negros asaltarían a mujeres blancas, intentarían establecer contacto físico, y eso era inaceptable para la mayoría de ellos”, recordaba hace unos años Jeff Wiltse, profesor universitario y autor de “Aguas disputadas”, un libro sobre la historia social de las piscinas en EEUU.

Podría pensarse que ese tiempo quedó atrás pero la herida dejó secuelas. Los padres que no saben defenderse en el agua a menudo no enseñan a sus hijos a hacerlo y, según datos de USA Swimming, el porcentaje de niños negros que no han aprendido a nadar es hoy aún del 70% en EEUU.

Por datos como ese, Manuel, nacida y creada en el tejano Sugar Land, un suburbio de Houston, y actualmente estudiante en Stanford, se echó a la piscina con peso extra sobre sus hombros. Y aunque ha contado que intentó quitárselo y pensar solo en nadar “lo más rápido posible”, acepta también su lugar en la historia, especialmente ahora que las tensiones raciales han vuelto a aflorar en EEUU o, cuando menos, a cobrar visibilidad gracias a movimientos como Black Lives Matters.

LA BRUTALIDAD POLICIAL

Su oro, su hito, “significa mucho, especialmente con lo que sucede en el mundo hoy y algunos de los temas de brutalidad policial”, decía el jueves ya con su medalla. “Esperemos que esta victoria aporte esperanza y cambio en algunos de los temas que están sucediendo”.

Manuel, además, espera abrir nuevas puertas como las que otros antes abrieron para ella. Al celebrar su medalla, por ejemplo, la dedicó a algunos de quienes le precedieron rompiendo barreras, gente como Maritza Correia, que en el 2004 se convirtió en la primera mujer de origen africano que entraba en el equipo olímpico estadounidense de natación, o Cullen Jones, que fue uno de esos niños negros que no sabía nadar y estuvo a punto de ahogarse en un parque a los cinco años y en 2008 formó parte del equipo de oro en 4x100 libres.