Quisiera compartir esta primera opinión del año abriendo el angular sobre la idea que debemos tener de un sector económico como el turismo. Sí, estamos hablando de economía en su dimensión de producción interior bruta, generación de riqueza, tejido empresarial, tecnología, innovación, conocimiento aplicado, empleo y capital humano. Hablamos de la industria de la felicidad, del negocio del ocio, de la factoría de emociones.

Pero también estamos hablando del marketing de las ciudades y del posicionamiento de un territorio en un mundo globalizado como el actual. No es un tema menor. El prestigio, la notoriedad, la aureola o la opinión que seamos capaces de cultivar serán aspectos críticos para avanzar adecuadamente.

El sector turístico, en el gran escaparate digital donde hoy se libran las principales batallas mercantiles y reputacionales, no solo se ayuda a sí mismo al promocionar un destino, sino que redunda en la marca y el potencial global de un territorio, su sociedad y su economía.

Hoy el relato turístico puede contribuir a remontar nuestras posibilidades globales. El cambio o la evolución del modelo turístico que podemos construir entre todos constituyen un polo de desarrollo para el conjunto de las expectativas de toda la sociedad. Un modelo vinculado a la vertebración del espacio rural con el litoral, la activación de productos innovadores de base territorial, el trasvase de conocimientos e investigaciones estratégicas de la universidad al mundo de la empresa, la reinvención del paisaje como incubadora de una nueva narrativa turística, la digitalización de las pymes turísticas para competir en un escenario que quizá sea cada vez más horizontal y en el que David pueda tumbar a Goliat si se democratizan acertadamente las herramientas tecnológicas, la atracción del talento y la profesionalización de todas las decisiones de acuerdo con métricas que nos garanticen colectivamente que sabemos a dónde vamos.

Todo ello de acuerdo a una premisa mayor que es anterior. De acuerdo con la asunción de unos valores que son previos a cualquier propósito pero son la clave del éxito. Por ejemplo, la tolerancia y la apertura mental sin las cuales resulta imposible abrigar ideas innovadoras. Solo prosperarán aquellas sociedades y aquellas economías que combinen de la forma más impecable posible la generosidad y la paciencia necesarias para premiar a sus visionarios, a sus creadores, a sus jóvenes talentos que decidan aportar valor sobre lo existente. Una sociedad hospitalaria con las personas pero también con las ideas. En el futuro no competirán solo las empresas, ni las economías, ni los destinos turísticos que, por supuesto, lo harán sin piedad. En el futuro que ya comenzó compiten, fundamentalmente, las propuestas de valor. Aquello que nos hace singulares, diferentes, aquello que pueda fascinar, atraer, retener. Aquello que mueva y conmueva. Nuestro valor añadido puede ser perfectamente un estilo de vida basado en el respeto activo. Un entorno de reputación en el que una suficiente masa crítica de personas, instituciones y entidades participen de la misma fe en sí mismas, convicciones parecidas y una similar determinación por querer y saber interpretar los cambios de un mundo nuevo que nos cae encima. Nos tiene que pillar trabajando e inspirados. Las dos cosas.

*Secretario Autonómico de Turismo