Querido lector, pasado mañana es el 9 de octubre, Día Nacional del País Valencià según instituyó el Plenari de Parlamentaris de 1976 y que finalmente ha adoptado la denominación de Día de la Comunitat Valenciana. El 9 de octubre conmemora, desde un punto de vista histórico, la entrada de Jaume I a la ciudad de Valencia en 1238. Su elección como día de la Comunitat fue consecuencia de un fácil razonamiento: si bien es cierto que es una referencia local y no del conjunto del país, no es menos cierto, incluso es evidente, que es una fecha representativa y emblemática. Pero lo esencial, no lo único, en todo este tipo de días, fechas y rollos simbólicos, es que también miren al futuro y proyecten reflexiones y soluciones para los valencianos de hoy, de ahora, para los que bien o mal sufren su existencia. En ese sentido confieso que vivimos tiempos mejores y peores.

Mejores, digo, porque al principio y después de aquello de “Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia”, momentos de Joan Lerma, fuimos capaces de edificar todo un sistema institucional (la Generalitat) y promover políticas de progreso y avance que crearon riqueza y distribuyeron la renta en forma de servicios. Peor, porque con los años del PP no solo perdimos la base financiera valenciana, sino que la economía basó su desastroso desarrollo en salarios bajos y en un urbanismo insostenible y, encima, la corrupción se asoció con estas tierras y sus gentes.

El 9 de octubre de ahora, por cierto, el de Ximo Puig, es otra cosa. Se trata de reconstruir y de exigir para la Comunitat y del Gobierno Central una financiación más justa, el reconocimiento de los déficits de financiación acumulados y la ejecución de unas inversiones en infraestructuras acorde con el peso de la población de la comunidad. En caso contrario, es dramático decirlo pero no demagógico, corremos el peligro de tener que cerrar la barraca de la autonomía, del autogobierno. H

*Experto en extranjería