Hay que ver con los daños colaterales de esta crisis que parece no tener fin pero que como todo en esta vida, se acabará algún día. Ahora parece ser que los caracoles son las principales víctimas de los cazadores furtivos que asaltan propiedades con alevosía y mala leche buscando y rebuscando en los muros estos codiciados moluscos que tan tranquilos, ahora, hibernan. La cuestión tiene proporciones desmesuradas. La policía ha incautado, como si de cocaína se tratase, miles de kilos en los últimos meses. 500 kilos en las dos últimas semanas.

Emulando a los devastadores que maltrataron nuestro subsuelo este otoño en busca del robellón perdido, estos nuevos delincuentes arrasan todo lo que encuentran a su paso. Destrozan muros, ribazos y echan a perder las cosechas circundantes para conseguir hacerse con este preciado animal utilizado últimamente para confeccionar cremas con su baba que es mano de santo, además de un verdadero asco, para el cutis. Las granjas de caracoles se convierten en industrias en alza dada la escasez en nuestros campos. Denuncias y ninguna detención en tiempos de crisis donde prima más el mercado negro para sobrevivir, en este caso el de baba de caracol, que la supervivencia de una especie. La vaqueta, especie protegida, se vende legalmente a precio de oro e ilegalmente a 1 euro la pieza- imagine el negocio. Muchos sorben su cuerpo sin saber que se comen un molusco en peligro de extinción y muchos otros, lo compran sabiéndolo. Es el juego macabro de la oferta y la demanda. Si lo piden y lo pagan habrá que conseguirlo- no importan los medios- O eso parece.

Periodista