El conflicto del Sáhara occidental, iniciado en el lejano 1975 con el abandono del territorio por España, es uno de los más correosos de la diplomacia internacional y también uno de los más olvidados. La muerte del líder histórico del Frente Polisario y presidente durante cuatro décadas de la República Árabe Saharaui Democrática, Mohamed Abdelaziz, abre una nueva etapa que debería ser aprovechada para encontrar una solución satisfactoria, principalmente para los saharauis, que han sido y siguen siendo víctimas, pero también para la apertura de fronteras entre Argelia y Marruecos.

Sin embargo, hay poco espacio para la esperanza. La falta de democracia que ha sido impuesta por el Polisario con la perpetuación de Abdelaziz en el poder y la presión marroquí han agotado a la población cada vez menos dispuesta a la espera. Por el contrario, la tentación de volver a las armas que empuñaron sus padres o la de sumarse a grupos yihadistas o a bandas del crimen organizado -a veces son lo mismo- que proliferan en la zona no augura una solución satisfactoria a corto plazo. Y menos todavía cuando una de las partes implicadas en el conflicto, Argelia, vive un final de régimen a causa de la degradación física irreversible de su presidente.