La cuaresma es un tiempo propicio para la conversión de vida a Dios y para dejarse reconciliar con Dios. Como en el caso del hijo pródigo, Dios está esperando siempre a que regresemos a la casa del padre, sale a nuestro encuentro y nos ofrece el abrazo del perdón amoroso mediante la Iglesia en el sacramento de la penitencia.

Para hacer una buena confesión y recibir con fruto el Sacramento de la penitencia, se requieren algunas condiciones:

Examen de conciencia. Antes de confesarse, el penitente ha de prepararse ante todo con la oración comparando su vida con el ejemplo y los mandamientos de Cristo y pidiendo a Dios el perdón de sus pecados. No lo hará igual el niño que el adulto o el casado que la persona consagrada a Dios con los votos. Todos somos pecadores y tendremos que dedicar un tiempo, el necesario, al examen de conciencia.

Dolor de los pecados. Este es el acto esencial de la penitencia por parte de quien se confiesa. Supone un rechazo claro y decidido del pecado cometido junto con el propósito de no volver a cometerlo por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento.

Confesión de los pecados. El fiel debe confesar todos y cada uno de los pecados graves que recuerde después de haber examinado su conciencia. Además es también muy útil confesarse de los pecados veniales.

La absolución de los pecados. Es el confesor quien, en nombre de Cristo y por su poder, únicamente puede perdonar los pecados.

Satisfacción o cumplir la penitencia. Es muestra del compromiso que el cristiano asume ante Dios de comenzar una existencia nueva y de que quiere unir su obra de penitencia a la Pasión de Cristo que le ha obtenido el perdón.

Acerquémonos debidamente preparados a la confesión. Cristo nos ofrece el perdón por medio de sus ministros.

*Obispo de Segorbe-Castellón