Fue una gran amiga de los años 80, mayor que yo, criada y educada en Tánger y perteneciente a la sociedad marroquí-europea de la época, de la clase media-alta. En nuestras conversaciones, siendo española, siempre manifestó su amor por la tierra marroquí y su profundo conocimiento de la cultura y todo lo relacionado con los temas religiosos, y ello la posicionaba en un lugar ventajoso a la hora de relacionarse. Era una mujer culta y bien recibida en el ámbito social. Vivía en el barrio residencial La Californie y sufrió la tensión de las desamortizaciones de las propiedades agrícolas que poseía, en la época. Un amor prohibido la puso en el punto de mira de los controles llamemos sociales y esto le hizo poner tierra de por medio durante un tiempo. Marchó a Madrid y frecuentó las tertulias más populares a niveles diplomáticos siendo su francofonía la que le hizo relacionarse con la sociedad francesa residente en Madrid y finalmente acabó casándose con Jacques, abogado, y se trasladaron a París.

Una vida apasionante, digna de una novela, pero a mi me influyó de tal manera, que, a pesar de su temprana muerte, a los 45 años, siempre la recuerdo como el gran ser que supo introducirme en el mundo árabe y tener una visión sosegada y analítica de una cultura que convivió con la hebrea y la cristiana, durante cientos de años, en nuestro país.

Paz, respeto y normas de vida, esos son los pilares básicos del mundo mulsumán. Esta historia está conectada con la situación actual de los movimientos islamistas que no existían en la época de la que hablo. Me duele que la palabra musulmán pueda ser interpretada como alguien radicalizado en contra de la convivencia pacifica con el mundo occidental. Los radicalismos no caben en la gente de bien.

*Secretaria provincial de Derechos Civiles del PSPV-PSOE Castellón