De verdad que, con eso de no tener que darnos besitos, nos ahorramos mucho más que salud. Los japoneses, que nos llevan siglos de distancia, saben mucho de eso del espacio personal y de lo inconveniente que es que alguien te lo ocupe sin tu permiso.

A Manolo le molesta mucho que su compañero de trabajo le comente la goleada del Bayern de Munich al Barça a escasos dos palmos de la cara. No porque sea culé, porque es del Villarreal CF de toda la vida, sino por lo desagradable que es tener que tragarse el olor a chorizo revenido que este se ha metido entre pecho y espalda durante el almuerzo.

Le molesta que su jefe, para explicarle los objetivos de la empresa para el mes de septiembre, le incruste el dedo en el omoplato de forma reiterada hasta hacerle una moradura.

El coronavirus ha sido una bendición. Ahora a su compañero no debe acercarse a menos de dos metros. Cuando saluda a su jefe lo hace con el ridículo, pero efectivo, choque de codos. Al quiosquero, que es muy majo, lo saluda con un choque de puños explosivo. Y con Paco , su amigo de toda la vida, ha recuperado el saludo del Príncipe de Bel-Air que acababa con un «pshhh» y un giro de cuello con el dedo pulgar señalando hacia fuera.

Y con Ivana , la secretaria del jefe, le hace la broma de que entre chicos y chicas lo que hay que chocar son las caderas. Culete con culete. Que elimina los besitos, pero está más cerca del acoso que otra cosa.

O el choque moderado de tibias. El saludo japonés. Llevarse la mano al corazón como los americanos cuando oyen su himno. Besitos al aire, pero con mascarilla. En fin, Manolo tiene dónde elegir. H

*Urbanista