Jonatan se lo veía venir. Sus padres, como todos los años, se subirían al pueblo. Pero esta vez no para pasar quince días y la semana de fiestas. Este mes de agosto sería completo y, quien sabe si cuando acabe volverán al piso en el que residen en Castellón o se quedarán para una buena temporada.

Mari , la madre, repite que ella no soporta otros tres meses encerrada con los dos niños en el piso. Y menos mal que tienen a Thor, el beagle que utiliza el padre para ir a cazar de vez en cuando, y que, si no hubiera sido porque lo sacaban a hacer sus cosas, la madre hubiera reventado en más de una ocasión con los cuatro dentro de casa.

Pero el niño ya lo sabía, en el pueblo no había wifi. Solo un poco alrededor del ayuntamiento y, por eso, a partir de las siete de la tarde, cuando empezaba a hacer sombra bajo las banderas del edificio consistorial, era cuando se hacía cierto ambientillo de la chiquillería con sus smartphones.

Para más inri el inútil del alcalde no había abierto la piscina ese año. Como decían sus asesores y votantes: «Antes tampoco había piscina y no pasaba na ». Sin duda iba a ser un agosto muy largo para Jonatan.

Con la mascarilla puesta jugaban a ladrones y ladrones. Mari, la madre, ya les había avisado que no se la quitaran ni para jugar. Y tampoco había nadie que quisiera hacer de policía. Por ello, la plaza de agente de la autoridad quedaba vacante todas las tardes. Y les tocaba jugar a ladrones buenos y ladrones malos, como en las películas de Netflix, que no podía ver porque sus padres se habían dado de baja en agosto al no haber señal wifi ni internet ni nada en aquél puñetero pueblo. H

*Urbanista