Querido/a lector/a, supongo que ya conoces la absurda e insensata historia de Aitor Iureta Oteiza. Me refiero al muerto enterrado en el cementerio de la Vall d’Uixó que según la lapida murió el 11 de agosto del año 2014. Muerto que al tener el nicho vacío, dice el comentario popular que estaba de parranda.

La cuestión es que en la Vall había un alcalde del PP, ahora diputado en el Congreso, que durante su mandato utilizó un muerto y un entierro para ganar votos. Es decir, violó la ordenanza del cementerio y el orden de enterramiento para facilitar que se pudiese enterrar a una persona, de reconocida influencia en cierto sector social, en un nicho mejor situado. Pero lo irracional es que para cubrir el nicho vacío y que se saltaban, se inventaron un muerto y lo tapiaron con una lápida con nombre, cruz, recuerdo de la familia...

Querido/a lector/a, la historia de Aitor suena a corruptela administrativa vestida de grotesco desatino. Pero si profundizas ves algo serio y desgraciado. Es un acto contrario y enemigo de la religión y la política porque las patrimonializa. Es decir, utilizó el poder político para saltarse la ordenanza y, al tiempo, también manipuló el orden de enterramiento en el camposanto y se valió de la cruz y de una obra de misericordia como es el enterrar a los muertos para sacar de estas circunstancias beneficios personales, partidistas, electorales. Algo que no es nuevo en la Vall: hace poco, ese mismo alcalde y partido mangoneó el sentir de la Cruz de los Caídos hasta el extremo de que, algo que se levantó como exaltación de la Guerra Civil y la memoria de los mártires de los vencedores, se presentó como una cruz de concordia y se utilizó para enfrentar a los ciudadanos. Una patrimonialización de la política y de la religión que, por desgracia, pervierte alguno de sus universales valores que, en todo caso, deben tener carácter emancipador, de amor fraterno y justicia social.

*Analista político