La llamada a la alegría es constante en la sagrada escritura. También el tiempo del Adviento nos invita a vivir con intensidad la alegría, que resalta el tercer domingo de este tiempo. De hecho, este domingo se llama tradicionalmente Gaudete (alegraos) precisamente por el tono gozoso, presente en la Palabra de Dios de la liturgia de este día. Isaías anuncia el retorno del exilio de Babilonia como una gran noticia: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Ante esta perspectiva la única reacción lógica es el entusiasmo y la alegría. Así pues, la actitud de espera y esperanza, la llamada a preparar la venida del señor, que viene a nuestro encuentro, allanando nuestros caminos, y también la exhortación a dar testimonio de esta venida del señor, han de ir acompañados de un tono gozoso y alegre. La razón de esta alegría es que el señor, que ya ha venido, sigue viniendo cada día y vendrá al final de los tiempos, ha hecho obras grandes por nosotros; por ello hemos de estarle agradecidos y hemos de vivir esperanzados de que continuará haciéndose presente y actuando en nuestro mundo.

En el mundo también hay alegría, es cierto; pero es una alegría que al final se demuestra siempre frágil y poco duradera, y no pocas veces superficial y falsa. La fuente de la perenne alegría cristiana brota de lo hondo: la alegría cristiana viene de ese fondo de serenidad que hay en el alma, que, aún en la mayor dificultad, en la más grave enfermedad y en la muerte se sabe amada, acogida, acompañada y protegida por Dios en su hijo.

El motivo de nuestra alegría en el Adviento es que Dios está cerca y viene nuestro encuentro como el salvador, como el libertador, como la luz que ilumina nuestros caminos y como la vida que perdura en eternidad.

*Obispo de Segorbe-Castellón