Querido/a lector/a, en esta época del año en la que hacemos balance y despejamos objetivos o propósitos de futuro (aunque, como diría Antonio Gramsci, se pierden en un conformismo improductivo), hay algo que siempre me llama la atención porque se repite sin solución. Me refiero al paro juvenil (que se mantiene entorno al 40% del colectivo menores de 25 años). Además, si mejoramos en algún punto, siempre poca cosa, lo presentamos y celebramos como una victoria y justificación que olvida a los que no han conseguido empleo y que siguen siendo, por desgracia, casi los mismos.

Por cierto, y por seguir con la dura realidad, es evidente que es el colectivo social que mas ha sufrido las austericidas medidas que se han impuesto ante la última crisis económica y política. Tanto es así que no hay que buscar mucho para observar que detrás de nuestra juventud hay paro o unos contratos basura con salarios bajos y una temporalidad tan reducida como vergonzosa. En consecuencia, en ese espacio social todo indica que acampa el dolor, la perdida de ilusión, el desarraigo social y político, etc.

¿Saben lo malo?, que uno acude a los estudiosos del tema y reconocen la triste realidad tal cual la he contado. Es más, incluso saben las causas y las soluciones y sobre todo, que no es una maldición bíblica e imposible. La cuestión es: ¿por qué no las aplican? ¿Existe algo más urgente? ¿Es que acaso buscar futuro a nuestros jóvenes no es buscar futuro para la patria? Encima, como cosa más que mala, peor, parece que el déficit de la natalidad y el aumento de la longevidad provocan una deuda pública y una carga que se transfiere al futuro de las nuevas generaciones, a esa juventud que hoy maltratamos. Es innegable, pues, que los poderes reales y efectivos que controlan nuestro devenir, no optan por un futuro de esperanza para nuestra juventud. «Alguna cosa haurem de fer».

*Analista político