Querido/a lector/a, por lo que se ve y se escucha, se intuye que seguirá la historia de los másteres. Ayer fue el de Montón. Después ha aparecido Rivera (que se hunde en las encuestas y no sabe qué hacer), no solo criticando lo que se sabe, sino dudando y cuestionando por interés partidista la tesis doctoral de Pedro Sánchez. En última instancia y aún sin saber lo que puede surgir, es evidente que nos espera Casado y la decisión del Tribunal Supremo de juzgarlo, o no, por su máster.

Lo que me extraña es que viendo la deriva de la corriente algunos comiencen a manifestar que nos hemos pasado y que no hacía falta rascar tanto en la vida, obras y milagros de nuestros políticos. Repito, me extraña. Y lo digo porque, más allá de la anécdota personal que se utiliza con interés partidista, el tema afecta a una institución vital para la educación y el desarrollo social como es la universidad, a la moralidad de algunos profesores y políticos, a la igualdad de oportunidades de los alumno, etc. Además, se sabe en el ambiente político que, cosa parecida, provocó la dimisión de un par de ministros (creo que en Alemania). Encima, por si alguien dudaba de lo que iba a pasar, destacados pensadores e investigadores como Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social, vienen diciendo en más de un libro y, que yo sepa, desde 2015, que es la hora de la ética pública, que las relaciones entre ética y política iban a ser asunto de viva presencia y discusión cotidiana. Entre otras circunstancias porque con la democracia y la tecnología, existe luz y taquígrafos. También porque la crisis económica y el sufrimiento de amplias capas sociales acentúan la sensibilidad ante la corrupción y, por lo tanto, se señalan más las conductas inapropiadas. En última instancia, con eso de la crisis de las ideologías, se ha personalizado la política.

Querido/a lector/a, el ejercicio de la política en democracia reclama alta exigencia moral.

*Analista político