En la fiesta de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, toda la Iglesia celebra la jornada mundial del enfermo. Es un día para renovar la cercanía y el afecto hacia los enfermos.

El Papa Francisco ha escrito con motivo de esta Jornada que «cada paciente es y será siempre un ser humano, y debe ser tratado en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida, y nunca se convierten en simples objetos». En esta acogida y respeto de cada vida humana, el cristiano sigue el ejemplo de Cristo.

La parábola del buen samaritano es un referente siempre actual para la Iglesia y, de forma especial, para su servicio en el campo de la salud. En esta parábola, Jesús manifiesta el amor por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato: «Anda, y haz tú lo mismo». Es un mandato incisivo: Jesús nos indica cuáles deben ser hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los que necesitan de sus cuidados.

Pero esta capacidad de amar no viene de nuestras fuerzas, sino de haber experimentado el amor de Dios. De ahí derivan la llamada, el deber y la capacidad de cada cristiano de ser un «buen samaritano», que se detiene y es sensible ante el sufrimiento del otro y que intenta y quiere ser «las manos de Dios». Jesús siempre atendía a los enfermos. Pero su curación llegaba más allá: liberaba del pecado. Quería que el ciego buscara una luz más profunda que la de sus ojos: o que el leproso agradeciera una liberación más plena que la de su enfermedad: la liberación del pecado.

El amor a los enfermos y su atención no puede faltar nunca en la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana, de cada parroquia y de las familias. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todos.

*Obispo de Segorbe-Castellón