Hoy no vamos a hablar del virus, demos una tregua al lector. Vamos a hablar de los filósofos. Su vida está llena de anécdotas y de humor, que rompen su proverbial seriedad. Cuando en los parlamentos públicos sube hoy la tensión y unos hablan mal de los otros, recuerdo una anécdota atribuida a Sócrates. Un vecino hablaba mal del filósofo, y este, sin inmutarse, respondía al confidente: «No me sorprende que hable mal de mí porque nunca aprendió a hablar bien». Aplíquense el cuento señores que hablan en público.

Un charlatán hablaba atorado contra Aristóteles y este permanecía impasible. Ante esta actitud, le preguntó aquel: «¿No estarás molesto por mis palabras?». A lo que el filósofo respondió: «No, por supuesto, hace ya un buen rato que dejé de escucharte».

También de Diógenes el Cínico se cuentan algunas. Un día, en plena calle, gritó: «¡¡Hombres, hombres…!!» Y aparecieron unos cuantos; al verlos dijo, sarcásticamente, «¡¡He dicho hombres, no desperdicios!!». Creo que tenía razón, aunque con excepciones.

Y acabamos con Tales. Como de costumbre iba mirando el cielo acompañado de una muchacha tracia. Contemplando las estrellas se cayó en un pozo. Y la joven, desde el brocal, riéndose, le dijo: «¿Qué quieres ver en el cielo, Tales, si no eres capaz de ver el suelo que pisas?» Ayer como hoy: saque el lector sus propias conclusiones.

(Más humor en Filosofía para bufones de González).

*Profesor