Si lo más perverso que existe, el mal en estado puro, venía de ser un ángel, cuántas cosas no habrán estado nunca en su lugar. La historia del ángel caído explica que la vida puede ser una mudanza. Complicado precisar la distancia entre cielo e infierno. Pero las grandes historias han sido siempre el reflejo de la condición humana más mundanal.

Shakespeare inspiró la mayoría de sus dramas en ese prolífico inventario de pecados que se anclan en la psicología humana más común y vulgar: los celos, la ira, el engaño y otros crímenes.

En esta pandemia hemos visto de todo. Nos queda ver otro tanto. Ojalá no estemos en una cuenta atrás camino del reinicio de todo. De recomenzar con nuestras normalidades conducentes a la siguiente emboscada que nos reserva el destino. Fruto del esfuerzo común por permanecer en el bucle vicioso. Dependerá de nosotros. La oscuridad no desaparecerá a patadas ni a manotazos. Bastaría con abrir las ventanas y que entrase la luz. Alcanzar la ventana es el reto. Saber dónde se encuentra, la primera urgencia.

En este tiempo hay algo en el terreno del reconocimiento y de los valores que no está saliendo bien. En general se tiende con cierto descaro a conceder el certificado de buenos y de malos sin demasiada reflexión ni rigor. A rueda de tópicos se vienen dictando sentencias.

Tal es el caso de la industria turística. Como ha caído más que otras por circunstancias obvias (prohibir viajar, confinar naciones enteras e inocular el virus del miedo han sido factores singularmente trágicos para el sector), el veredicto es claro: aquellos países que dependen del turismo, sufrirán más. Creo que ya tenemos candidatos al Nobel de Economía este año.

Sucede que no solo se resiente la porción del PIB vinculada al turismo, sino que la onda expansiva de su efecto alcanza numerosos ámbitos de la industria y toda la cadena de valor. La economía turística invoca, motiva y cataliza la innovación de otros tantos sectores. De manera creciente, los vinculados al conocimiento y la economía digital. Aporta generosamente públicos que sostienen la demanda imprescindible para la supervivencia de las industrias culturales, musicales, artísticas, etc. Pero no, las grandes lecciones de la pandemia serán que tenemos una dependencia excesiva del turismo. Deberíamos tener una mirada menos superficial. La complejidad reclama abrir el angular 360 grados. Esto no va de trazar una línea discursiva políticamente correcta: «tenemos que industrializar!». Pues claro. Ya tardamos y en clave de Green New Deal. Pero eso no significa despreciar el turismo. Un sector que aporta mucho. Que quizá ya no quiere aportar más, sino mejor.

La pena es que, mientras se demonizaba al turismo, sus componentes lideraban los mayores gestos de solidaridad en este país (amén del personal sanitario). Mientras literalmente se arruinaba, el sector -sin mirar nada más- cedía hoteles, cocinas, existencias y patrimonio a la causa común de ayudar a los demás. Otros, como el sector del automóvil -sentados a la derecha del Padre- amenazaban con irse del país por 30 monedas de plata. ¿Seguro que esta es una historia de ángeles y demonios?

*Secretario Autonómico de Turismo