Vivir de las apariencias es una opción que siempre acaba mal, ya que ocultar una situación y fingir ser algo sólo por quedar bien, no es una manera honesta de relacionarse. La utilización masiva de las plataformas digitales ha extendido la vanidad, pues solo se necesita un perfil en una red social, unos cuantos selfis y una dosis de sonrisas para dibujar una vida envidiable, dejándose seducir por el aplauso fácil y cómplice de los seguidores virtuales. Las 10.000 fotos por segundo que se suben diariamente a Facebook e Instagram hace que el exhibicionismo social parezca que se haya apoderado del mundo.

Comúnmente, detrás de esta personalidad altiva y jactanciosa hay un trasfondo de inseguridad. Así, una de las explicaciones para entender esta actitud se debe a la necesidad de aprobación, intentando sentir que uno es importante, basado todo en el miedo al rechazo. Normalmente son personas que no han terminado su desarrollo y necesitan aparentar una situación económica, emocional o familiar que no tienen. Pero, lo cierto es que no tienen conciencia de sí mismas y no han llegado crear una autoestima, por lo que dependen de la opinión de terceras personas. Lo primero que se debe hacer es aceptar que lo normal es que nos encontremos con mucha gente que no apruebe nuestra manera de actuar o pensar, lo cual no significará que esté en juego nuestro valor como persona. En otras palabras, las personas que viven honestamente saben que son queridas por lo que son y no por lo que tienen o representan. Por ello, resulta determinante desarrollar la autoestima, la autovaloración y el autoconcepto, dando un sentido más profundo a la vida. Al fin y al cabo, nadie es tan guapo como en su Instagram, ni su vida tan interesante como la que aparece en su perfil en Facebook.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)