Amedida que avanza la desescalada en los países europeos se multiplican las voces que reclaman la apertura de fronteras interiores del espacio Schengen. La voluntad manifestada el viernes por los ministros del Interior de la Unión Europea para que en la segunda quincena de este mes se normalice la situación es un buen punto de partida para que no sigan proliferando los acuerdos bilaterales entre estados sobre apertura de fronteras y creación de corredores, y para que se generalice la movilidad. Es este un asunto capital para conseguir un cierto alivio en el sector del turismo, esencial en países como España (14% del PIB) e Italia (13%), pero también en otros muchos.

Con acuerdos parciales de estado a estado resulta improbable que el sector turístico europeo --más de 11 millones de empleos y el 10% del PIB-- atenúe el descalabro de las previsiones hechas para 2020. Aunque en países como Reino Unido y Alemania se multiplican las voces para que las rutas hacia el sur se abran y fluyan los veraneantes, es improbable que se anime la compra de paquetes de vacaciones sin una doble garantía, si no absoluta, sí al menos razonable: que no habrá marcha atrás en el cierre de fronteras salvo causa de fuerza mayor y que el riesgo de contagio es pequeño. Ambas condiciones parecen darse ahora en los grandes receptores de turistas --España, Italia, Francia y Portugal, entre otros--, pero es más que discutible que la situación en tales países pueda equipararse a la que se vive en el Reino Unido, con muchas dudas en ell control de la pandemia.

Al mismo tiempo, sin la apertura de las fronteras interiores y la aplicación de controles sanitarios fiables no es posible considerar siquiera abrir las fronteras exteriores de la UE. Este es un problema logístico para evitar la aparición de redes de contagio importadas y para comprobar hasta qué punto son eficaces los sistemas adoptados, de forma que puedan aplicarse con garantías a los viajeros procedentes de fuera de la UE, donde la variedad y el rigor de los programas para combatir el virus hace aconsejable, de entrada, estudiar los casos país por país.

Para España, es inexcusable poner a prueba el mecanismo cuando ya no estén cerradas las fronteras a los ciudadanos europeos, y aquilatar la solvencia de las medidas de control que se tomen, no solo para abrir el grifo del turismo, sino también para decidir si este año será viable la operación paso del Estrecho, que cada verano gestiona el tránsito de personas procedentes del resto de Europa con destino al Magreb. En principio, mientras las fronteras exteriores de la UE sigan cerradas, no son operativos los enlaces con África, pero está por ver si la especificidad del problema admite alguna excepción.

Si el confinamiento contó mayoritariamente con la disciplinada colaboración de los ciudadanos europeos, la desescalada y la apertura de fronteras plantean ahora mayores problemas de control. Pero normalizar la movilidad no es solo una necesidad económica acuciante, sino también una necesidad social. Y es, al mismo tiempo, una prueba inaplazable para Europa, que al declararse la pandemia vio cómo cada estado aplicaba medidas según criterios propios, pero que ahora puede dar muestras de cohesión interna si aprueba un patrón común para abrir las fronteras. No está de más recordar que la UE no es una federación, pero es positivo que se comporte como tal en los momentos de máximo compromiso.