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Matteo Renzi llegó a la presidencia del Gobierno en febrero del 2014 con un paquete de grandes reformas bajo el brazo que, contra pronóstico, ha logrado aprobar demostrando que Italia sí puede cambiar. Lo ha conseguido por su ímpetu indiscutible, pero también por la debilidad de una oposición desnortada. En Europa, el político florentino quiere marcar perfil propio frente a Merkel defendiendo una austeridad que vaya acompañada de crecimiento. Ha sido capaz de plantar cara a Bruselas, pero aun siendo razonable su planteamiento Renzi no tiene aliados en una Unión en la que dominan los partidarios del austericidio y los que no lo son, apenas pueden hacer frente a los plazos de sus rescates.

Con la mayor deuda pública de la UE después de Grecia, con una producción industrial que es el 6% inferior a la del 2010 y un estancamiento de la exportación que ha sido históricamente uno de los grandes motores de la economía italiana, el triunfalismo que despliega Renzi no se refleja en la sociedad y aquella oposición deslavazada que le permitió aprobar sus reformas es hoy una amenaza tan real que encuestas de opinión dan una ventaja del Movimiento 5S sobre el Partido Democrático de Renzi, que no tiene aliados y cuenta con la competencia de Beppe Grillo.