El pasado martes, al grito de ¡Banzai! (larga vida) y con una ronda de salvas de artillería, el Emperador Naruhito subió al trono de Japón, relevando a su padre Akihito, delicado de salud por su avanzada edad. El ascenso al Trono del Crisantemo se realizó en el palacio imperial de Tokio donde ante mas de 70 jefes de Estado y representantes de 180 países el emperador juró la Constitución como símbolo del Estado y de la unidad del pueblo.

Luciendo un tocado tradicional y una túnica anaranjada, exclusiva de los emperadores, Naruhito se convirtió en el soberano número 126 de la monarquía más antigua del mundo. El primer ministro nipón, Shinzo Abe, leyó unas palabras de reconocimiento, antes de dedicarle tres ¡Banzai! inclinándose mientras extendía los brazos hacia el cielo.

Japón es un país de 128 millones de habitantes caracterizados por una cultura resultado de una filosofía basada en el honor, la educación, el respeto y la disciplina, donde siempre lo colectivo prima sobre lo individual, siendo la reverencia el saludo habitual. En Tokio, 13 millones de habitantes (38 si se cuenta el área metropolitana), la gente puede dejar la bicicleta sin candar y el dueño encontrarla en el mismo lugar. Por norma no se deja propina, siendo el camarero capaz de seguirle con la devolución, aunque sean solo unos céntimos. A la hora de aparcar, nadie lo deja tan ajustado como para poder rozar a otros vehículos: o queda un metro entre uno y otro, o no se aparca. En el metro, se pide disculpas a los viajeros por los altavoces si el tren va a llegar con retraso. Otra particularidad es que resulta impensable que un japonés copie (al contrario que otros países asiáticos) ya que va contra sus principios éticos y morales. Por eso el sello Made in Japan es sinónimo de calidad.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)