Llegado del momento en que hemos de despedirnos de los lectores de esta página, agradeciendo su atención, recuerdo que mi amigo Lorenzo Ramírez, al hacerme entrega de su último dibujo, me advirtió que no me olvidara ni del eterno Bartolo, ni del más joven Festival de Guitarra Francisco Tárrega, cuya actualidad me rodea cuando escribo esta página.

Otros amigos, me han regalado, dedicado, alguno de sus libros. El genial humorista Quique, su obra La vida vista con humor. Y el actor, poeta, abogado Antonio Arbeloa su poemario Diálogo para verdugos, con sus ‘movimientos’ en el tiempo. Uno de ellos, el Allegro, dice:

Tengo el mar para ti.

Lo traje, escurriéndoseme, entre las manos,

para mí niña de plata.

Lo reinventé,

para recuperar las sonrisas

perdidas, los labios perdidos,

las olas revueltas.

Lo traje hasta tus pies de orillas,

hasta tus ojos eternos de verde sirena.

Lo cierto es que estábamos en agosto y fue como una premonición. Se amontonan los recuerdos en mi mente y el que más brilla ahora es el que me habla de los relatos que en otro tiempo me ofrecían el que fuera alcalde de Benicàssim, José Luis Tárrega y su concejal mi compañero de trabajo administrativo en Armengot, Juanito Moreno, el sarieret. Por ellos supe de leyendas y de nombres. También por ellos supe del Salandó y de Santa Águeda, a cuyas agujas dedicó también muchos años de su vida Luis Rodríguez Dealbert, con el esfuerzo y la extraordinaria ilusión de visitarlas acompañado de pequeños vecinos de los apartamentos Arenal y de la Almadraba. Después apareció la espléndida crónica de la Creu del Bartolo, de Pedro Asín, por el que conocí el amor por la Creu de Virginia Porcar y de su madre, como el de tantas y tantas personas de Castellón y de Benicàssim. Por todo, el amor se inclina hacia el Monasterio, donde todos los frailes que han contribuido a ello saben que lo moderno es ser competente en cada momento. Y que vivir no es sino el camino que lleva al ser. Y ser es saberse, serse con modernidad desde lo alto, en las fuentes del monte, en las ermitas, en los antiguos caseríos, en el Monasterio, en la cueva del hermano Bartolo. Juanito iba varias veces al mes hasta el monte Bartolo. Iba a pie, claro. Y al regresar me informaba de que invertía 27.578 pasos en su viaje de ir venir con mis torres de arena como meta. Una magia, vamos.

Me atrae en este final de ciclo, el singular y emotivo sonido de la guitarra. Como no podía ser de otra forma, el Certamen Internacional de Guitarra Francisco Tárrega, invariablemente cuidado y gestionado con entusiasta atención por las distintas corporaciones municipales de Benicàssim que se han venido sucediendo en los últimos cincuenta años, encontró en su día la necesaria colaboración de los ayuntamientos de Vila-real y de Castellón, ambas ciudades con iguales derechos patrimoniales sobre el cuerpo del maestro guitarrista.

Desde la profunda admiración que proporciona el haber conocido su vida, y haber llenado el espíritu con el deleite del conocimiento de su obra, inigualable y deliciosa en extremo, hay como un grito dentro de mí que me transporta en el tiempo y me imagino que hablo, tal vez con la imaginación, con él muy a menudo:

--Maestro, perdone mi atrevimiento…

--¿De qué se trata?

--Cuando llegó usted, aventurero y artista, a Francia en 1881, hubo un personaje que se convirtió rápidamente en su amigo y valedor, en su incondicional admirador desde que en París escuchó el primer punteado de su guitarra. Me refiero, claro, al gran actor Coquelín, de la Comedia Francesa.

--Sí. Coquelín fue mi amigo y la admiración era mutua.

--Casualmente, después de aquellos encuentros en París, usted se convirtió en uno de los primeros veraneantes de Benicàssim y Coquelín en el primer turista. En una de aquellas primeras villas de Benicàssim, con sus verdes viñas junto al mar, hubo muchas noches de un verano a caballo entre los años que separan los siglos XIX y XX en las que usted entregó su música dulce y vigorosa, limpia y cálida de su guitarra a un grupo de buenos amigos en los que, además del actor francés, se encontraban los pintores Castell y Puig Roda, el maestro Chapí, Colón Rodríguez y los escultores Viciano y Mariano Benlliure, entre otros.

En esas noches embrujadas, los artistas, en el éxtasis de su interpretación, alguien dijo que, muchísimos años después, cuando las partículas solidificadas de las notas musicales de su guitarra que habían subido en busca de las estrellas, volverían a posarse sobre la tierra suavemente, cálidamente, otras gentes, en aquel mismo entorno, tendrían la ilusión de pulsar las cuerdas de un guitarra, con el también maestro Leopoldo Querol a la cabeza, Benicàssim tuvo la necesidad de crear desde 1966 y para todos los veranos un Certamen Internacional de Guitarra, en su recuerdo y homenaje. Certamen en el que han participado guitarristas de todo el mundo.

Así, que hasta el próximo verano, si Dios quiere.