Hace 50 años era asesinado Martin Luther King, el hombre que luchó por el reconocimiento de la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, en particular los afroamericanos que en EEUU vivían discriminados por motivos raciales. Aquel movimiento por los derechos civiles tuvo múltiples líderes y defensores, pero el predicador bautista, con sus extraordinarias dotes para la oratoria y claridad de ideas, ha sido el símbolo más respetado de aquel movimiento que empezó a dar algunos frutos. Bajo la presidencia de otro sureño, Lyndon B. Johnson (1963-1968), se aprobó la ley de derechos civiles que declaraba ilegal toda discriminación basada en la raza, el color, la religión, el sexo o la nacionalidad. El predicador de Atlanta sabía que la ley por sí misma no cambia la actitud de las personas, y más si han estado educadas en la superioridad de la raza blanca. Por ello nunca desfalleció en su campaña y también por ello fue asesinado.

Décadas después, con la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca parecía que EEUU había pasado página de aquel capítulo ignominioso en una democracia, pero el acoso al que fue sometido Barack Obama por sectores racistas y retrógrados de la sociedad estadounidense demostró que la batalla no estaba ganada. Y hoy, uno de los personajes que más se empeñó en desprestigiar a aquel presidente por cuestiones de color, Donald Trump, ocupa su lugar en la Casa Blanca. La lucha de Luther King hay que seguir ganándola día a día.