El supermartes ha zanjado la crisis de confianza en la candidatura de Joe Biden y ha limitado la brega para la nominación demócrata a una carrera, que aún puede ser larga, entre él y el socialdemócrata Bernie Sanders. Todo indica que con el recuento de votos acabado se habrá consumado el sorpasso del exvicepresidente, favorito del establishment del Partido Demócrata y que ha sabido explotar el recuerdo de la Administración de Barack Obama, añorada por diferentes minorías --singularmente la afroamericana--, cada vez más determinantes en las citas electorales. Queda aún mucho camino por recorrer a los aspirantes a enfrentarse a Donald Trump, pero las victorias de Biden en Texas y Massachusetts, el estado de Elizabeth Warren, son demasiado relevantes como para no reconocer que se ha registrado un cambio significativo en la atmósfera de las primarias.

La combinación de experiencia, veteranía y moderación han beneficiado a Biden en la misma medida que la movilización de los jóvenes, la comunidad hispana y el electorado abiertamente progresista ha sido en esta ocasión insuficiente para contrarrestar la implicación del staff demócrata, los grandes medios y los gurús económicos en apoyo de Biden. Nada está decidido, pero el pragmatismo del exvicepresidente, su opción por los cambios graduales y su ascendente personal en el sur se han revelado decisivos para ir a por la victoria en la convención del próximo verano.

Quizá sea exagerado afirmar, como hacen algunos medios entusiasmados con los resultados de Biden, que el éxito del candidato no tiene precedentes, aunque es indudable que los estrategas de la campaña de Sanders esperaban un resultado más equilibrado y no solo un gran triunfo en California. Pero la retirada de la competición de Pete Buttigieg y Amy Klobuchar, dos moderados, ha acabado con la dispersión del voto centrista y ha despejado el camino a quien presume de ser un reformista pragmático. A Biden le queda ahora por superar la prueba que Hillary Clinton no supo afrontar hace cuatro años: atraer a votantes de estados alejados de los grandes circuitos del poder y de los sectores más dinámicos de la economía y que vieron en Donald Trump, y podrían ver a Sanders, como alguien que acudía a rescatarlos.

El batacazo y la consiguiente renuncia de Michael Bloomberg puede ser un factor más que ayude a Biden a seguir reagrupando al voto centrista en los estados indecisos, los swing states. Pero además es una buena noticia para la salud de un sistema democrático que quien parecía tentado a fajarse con Trump en sus mismos términos --explotar la idea de que quien supo amasar una gran fortuna está en mejores condiciones de despejarles el futuro y envolverla en un populismo que simplifica al máximo los problemas sociales-- haya comprobado, por una vez, que el dinero no lo es todo y que una gran campaña publicitaria no es garantía de nada si transmite la sensación de que es solo márketing. Los éxitos de Biden y Sanders, con medios importantes, pero más limitados, así lo atestiguan.