Apenas hace unos días el pimpollo de Pablo Casado, como bisoño que acaba de brotar, le recordaba al presidente del Gobierno que «hasta aquí hemos llegado», intentando justificar así su alineación y servilismo con la extrema derecha de Vox y los antisistema de la CUP. Pocas horas después, obedeciendo la voz de su amo en Madrid, era Isabel Bonig quien, a través de las páginas de este diario, trasladaba idéntica dialéctica aquí en la Comunitat Valenciana al responsabilizar al president Puig de la toma de decisiones erróneas e improvisadas en la lucha frente al covid-19.

Reconozco que, aunque quien suscribe era consciente de la sistemática deslealtad institucional del PP en momentos de crisis, nunca pensaba, en una coyuntura tan complicada e incierta como la actual, que la Sra. Bonig utilizase toda una serie de miserias dialécticas para, con la excusa de enfrentarse al president Puig, obtener algunas migajas de credibilidad ante su diezmada tropa, eximirse de sus responsabilidades ante la ciudadanía y al mismo tiempo tapar los chanchullos y vergüenzas de su propio partido. Un partido, el Popular, al que cabe recordar que al igual que hoy contabiliza con descaro y cinismo el número de fallecidos a causa de la pandemia, utilizaba hace unos años sin ningún rubor el dolor de las víctimas de ETA como munición política; apoyaba una guerra en Iraq asegurándonos que había armas de destrucción masiva; mentía hasta la saciedad sobre la autoría del mayor atentado islamista perpetrado en España para intentar salvar una campaña electoral y finalmente, por si fuera poco, despreciaba --y sigue despreciando-- a aquellos que todavía hoy intentan dar sepultura digna a quienes, por sus ideales, fueron eliminados durante la dictadura.

Desafortunadamente no existe a fecha actual ninguna otra máxima en el Partido Popular que no sea la de utilizar la pandemia del covid-19 para desgastar la gestión del Gobierno central y, de paso, la de aquellos presidentes autonómicos socialistas. Todo ello desde la tergiversación y la manipulación, dado que en su análisis la presidenta del PP en la Comunitat Valenciana se limita a ofrecer una maraña de cifras y datos que, con independencia de la escasa profesionalidad de quien le asesora, dejaría en muy mal lugar, en cualquier comparativa, a su compañera de partido y presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Aquella que todavía hoy hace gala de la fiesta en el hospital de campaña en Ifema, aquella del reparto multitudinario de mascarillas sin homologación europea, aquella incapaz de aprovisionar material de protección para sus profesionales sanitarios o aquella, en última instancia, capaz de residir en una suite de lujo por apenas 80 euros diarios.

Frente a dichos despropósitos y desbarajustes, aplaudidos y reconocidos como méritos propios por Pablo Casado, líder de los conservadores, el president Puig ha dado respuesta de forma activa y transparente al drama sanitario y económico con actuaciones diversas y, sobre todo, efectivas. Entre otras, la llegada de 21 vuelos con casi 700 toneladas de material de protección para salvaguardar la seguridad de nuestros sanitarios. El reconocimiento por parte del SEPE, previa resolución de la Dirección General de Trabajo de la Generalitat, de las prestaciones por desempleo a 361.888 trabajadores valencianos afectados por Expedientes Temporales de Regulación, de los cuales el 86% (312.501) ya han percibido sus correspondientes indemnizaciones. O, por citar un último ejemplo, los 79.915 tests rápidos y los 152.361 PCR realizados hasta la fecha con independencia de las pruebas diagnósticas que, desde hace una semana, se vienen realizando en los Centros de Salud a todos aquellos pacientes con síntomas de la enfermedad, por leves que sean éstos.

Evidentemente frente a dichas acciones positivas destinadas a salvaguardar vidas o puestos de trabajo no cabe, como señalaba líneas más arriba, aquella miseria dialéctica tan manoseada por el Partido Popular consistente en contar muertos para hacer política con ellos. Ahí no va a encontrar la presidenta del Partido Popular ni al president Puig ni a ningún miembro del Consell. Allá usted, sra. Bonig, si también en eso quiere seguir la huella de los peores portavoces parlamentarios de su partido en el Congreso de los Diputados. No se trata, por supuesto, de no poder fiscalizar la acción del Consell en este o en cualquier otro tema. Faltaría menos en un estado democrático y de Derecho en el cual nos hallamos. Se trata de no hacerlo, como hace usted, con medias verdades, confundiendo con cifras sesgadas y, sobre todo, jugando con el drama de una crisis que nos afecta a todos sin distinción. Si realmente estima a esta Comunitat le convendría dejar de lado sus complejos ideológicos, salir de la trinchera partidista en la cual se encuentra y ponerse a ayudar al Consell para poder superar cuanto antes una crisis sin precedentes en nuestra historia reciente.

En política, usted lo sabe mejor que yo, no todo vale, porque el proceso resulta suficientemente largo y extenso para que el ciudadano, queramos o no, perciba las acciones u omisiones de cada cual y, en consecuencia, tome nota de cara a futuros procesos. No puede plantear, como usted apunta, «un plan para sumar, al margen de la confrontación política», cuando a renglón seguido duda incluso de la sinceridad de los planteamientos del president Puig. Un president, insisto, que no ha hecho otra cosa que tomar decisiones muy delicadas, en contextos muy difíciles, para garantizar la seguridad de todos los valencianos y asumirlas a renglón seguido con la responsabilidad que se demanda a todo gobernante con sentido común. Es por ello que le solicito, aunque solo sea a título personal, que abandone la irresponsabilidad, la demagogia y el discurso facilón y retorne, de una vez por todas, a aquella lealtad institucional que se requiere a toda formación política que aspira a liderar la oposición.

Antes de finalizar este escrito, no obstante, quisiera realizar una última reflexión a manera de epílogo. ¿Por qué le resulta tan insoportable que sea el propio president quien pida disculpas a los ciudadanos por aquello en lo cual no se ha actuado de forma correcta («lo cual nos hace dudar --apunta usted-- de su sinceridad»)? Entiendo que dicho comportamiento, común en todo ciudadano decente, no vaya con la cultura de su partido y de una derecha española poco acostumbrada, históricamente, a asumir responsabilidades o a practicar actos de contrición. Lo llevan en su ADN. A usted mismo, por citar un ejemplo, le costó Dios y ayuda reconocer la corrupción de su propio partido en la Comunitat Valenciana a pesar de haber participado en la misma, aunque solo sea con su silencio cómplice, en calidad de alcaldesa o consellera. Tuvo que pasar su partido a la bancada de la oposición para, entonces sí, verse obligada a pedir perdón ante la abrumadora realidad de una cascada de casos que hicieron del PP de la Comunitat un paradigma de la peor práctica política. ¿Debimos dudar entonces de su sinceridad, señora Bonig, por sus reiteradas disculpas? O nos quedamos con la contundencia de Aznar en la comisión del Congreso que investigó la financiación ilegal del PP cuando dijo, desde su pretendida superioridad moral, que «no tengo que pedir perdón por nada». ¿Quién de los dos nos engaña? Usted, el sr. Aznar o, tal vez, los dos… No pasa nada, insisto de nuevo, en que un president o cualquier otro político pida disculpas. Todo lo contrario, es un síntoma de normalidad democrática y, ante todo, un ejemplo ilustrativo de que todos no somos iguales.

*Director Territorial de Presidència de la Generalitat en Castelló