Entre el litigio constitucional, la sublevación del Parlamento y el adelanto electoral, el Reino Unido no ve aún la salida al laberinto del caos y la improvisación se adueña del brexit. El comportamiento de Boris Johnson, perdida la mayoría y después de tres derrotas consecutivas en la Cámara de los Comunes, una el martes y dos ayer, confirma su doble condición de político previsible e imprevisible a un tiempo: previsible, porque se daba por descontado que haría cuanto estuviese en su mano para consumar el brexit, aunque sea sin acuerdo; imprevisible, porque nadie vislumbró el esperpento en que ha convertido la salida de su país de la Unión Europea, forzando más allá de toda medida los usos parlamentarios y las atribuciones del primer ministro.

La nueva mayoría de circunstancias ha aprobado la prórroga por un periodo de tres meses, hasta el 31 de enero del 2020, para consumar el brexit si a 31 de octubre no hay acuerdo con Bruselas para una salida ordenada. A falta de la aprobación en la Cámara de los Lores y de la firma de la reina, se ha concretado el control del Parlamento sobre todo el proceso, una situación que para Johnson es una pesadilla, pero que es precipitado tener por definitiva habida cuenta de las artes mostradas por el primer ministro para forzar las convenciones políticas británicas. Parece más adecuado esperar de Downing Street una respuesta radical en forma de elecciones adelantadas incluso sin el apoyo de la mayoría en los Comunes, aunque para ello sea preciso comprometer de nuevo en el lance a Isabel II.

Ya nada puede sorprender. De la confusión acrecentada desde que Theresa May dimitió y del manejo de los tiempos por el premier se desprende que no arredrarán a Johnson ni las señales que emiten los mercados ni la firmeza de Bruselas. El desgaste de la libra, la recuperación de la Bolsa de Londres al mismo tiempo que el Parlamento votaba contra una salida no pactada de la UE, la incertidumbre de los exportadores y la eventual crisis de suministros que pueden padecer los británicos no son de momento motivos suficientes para que el Gobierno conservador se dé un respiro y persiga un divorcio amistoso que limite los daños. Tampoco lo es la declaración de Michel Barnier, que negoció el acuerdo con May en nombre de la UE: «Estamos vigilantes, unidos y tranquilos». Antes al contrario, al multiplicarse los adversarios crece el propósito de Johnson de llegar a la meta sea como sea.