Mientras se envenena la pugna por el poder en el Partido Conservador, la Cámara de los Comunes gana terreno para tomar la iniciativa en la gestión del brexit. Las votaciones indicativas que se anuncian para mañana permitirán poner sobre la mesa todas las opciones, incluido otro referéndum, un borrón en el maltrecho desempeño de Theresa May, que ayer reunió a su Gobierno para certificar que los ministros perderán parte de su capacidad para controlar el proceso. La multitudinaria manifestación de Londres de los remainers (partidarios de seguir en la UE) seguramente ha precipitado los acontecimientos más allá de cualquier previsión, incluida la posible dimisión de la premier, que ha reconocido que no cuenta con apoyos suficientes para someter de nuevo a votación su acuerdo con Bruselas.

La salida al rescate de May del ministro de Economía, Philip Hammond, no hace más que resaltar el estado de alarma en la City, y el clima conspirativo, que quizá incluye a 11 ministros, pone de relieve la debilidad extrema de la primera ministra. Cuando ya nadie duda de que un divorcio a las bravas tendría un coste elevadísimo y de que May se ha quedado poco menos que sola defendiendo el acuerdo de noviembre con los Veintisiete, surge de nuevo la pregunta sobre la viabilidad de eventuales terceras vías entre la salida sin acuerdo y una nueva consulta que cancele el brexit o que confirme que es mayoritario el deseo de despegarse de la UE. Todo son dudas y que los Comunes se embarquen en una serie de votaciones indicativas hace más intrincado el laberinto para dar con una solución.

Lo único cierto y seguro es que ha fracasado la estrategia de May de prolongar la agonía para imponerse a los brexiteers recalcitrantes, y tampoco han servido sus idas y venidas de Bruselas para dividir a los Veintisiete, manifiestamente hartos del embrollo. La capacidad de resistencia de May es tan encomiable como estéril, propicia el desastre y pone en evidencia la falta de sentido de Estado de quienes, en medio de la tormenta, pretenden asaltar el poder con un proyecto eurófobo añorante del pasado. Un proyecto lleno de incertidumbres que la crisis en curso no ha hecho más que subrayar porque hasta la fecha nadie ha sido capaz de concretar qué ventajas entrañaría para el Reino Unido alejarse de Europa, salvo adoptar la versión de la economía global que vende Donald Trump.