Emmanuel Macron presentó en el Congreso de Versalles (reunión solemne de la Asamblea Nacional y el Senado) sus reformas o, mejor, sus transformaciones porque el presidente sostiene que Francia es un país que no se reforma, sino que se transforma. La intervención estuvo rodeada de polémica porque parte de la oposición (parlamentarios centristas, comunistas y de La Francia Insumisa la boicotearon) veía en las formas una deriva monárquica y, al tiempo, una humillación del primer ministro, que expone este martes en la Asamblea su programa de gobierno para obtener la confianza de los diputados. Macron, como antes Hollande y Sarkozy, pudo pronunciar su discurso porque en el 2008 este último reformó la Constitución para acabar con la incongruencia de que el presidente francés podía hablar, por ejemplo, en el Congreso de Estados Unidos, pero no en la Asamblea de su propio país.

Al margen de la oportunidad del discurso, la realidad es que en Francia el poder reside en la presidencia y el primer ministro es mero ejecutor de la política presidencial. Macron propuso una reforma de las instituciones, que está dispuesto a aprobar en referéndum si la Asamblea no la lleva a cabo e incluye la reducción de un tercio del número de diputados y senadores (ahora suman casi un millar), la introducción en el sistema electoral de una dosis de proporcionalidad para facilitar la representación de los partidos minoritarios, y el fin en otoño del estado de emergencia que se prolonga desde los atentados del 2015 y que será sustituido por una nueva ley antiterrorista.

Como no podía ser menos, una parte sustancial del discurso estuvo dedicada a Europa, con un entusiasmo europeísta como no se recordaba en estos tiempos de euroescepticismo. Con referencias a los padres fundadores de la UE, Macron ligó siempre el destino de Francia al de Europa -«Europa somos nosotros», dijo— y a la entente con Alemania, y anunció que antes de fin de año se celebrarán en los países de la Unión Europea «convenciones democráticas» para que los ciudadanos aporten ideas para el futuro común.

En sus primeras semanas en el Elíseo, Macron ha acaparado todo el poder ejecutivo y legislativo por lo que se le empieza a acusar de bonapartismo en su forma de actuar. Pero sus propuestas merecen margen de confianza porque van en la buena dirección.